|
Joaquín Riñón Rey |
Joaquín Riñón: Con su poesía aforística (que titula aforemas) recoge
reflexiones que no necesitan de epígrafe: con la inclusión de ese título, o no,
Riñón alcanza una solvencia que encierra tanto la legitimidad del aforismo como
la del poema. No olvidemos que la poesía no tiene por qué encerrarse en sus cánones
al uso (a veces, hay más poesía en un texto codificado en otro género literario
que en un texto pretendidamente poético). Tanto su poesía aforística como sus
poemas ortodoxos (Memoria crepuscular, Tríptico
de otoño, Ausencias) nos adentran en la pregunta de si el hombre puede
marcar su destino. |
(Rafael Coloma)
II. MUERTE EN LA MALVARROSA
Quien ha consagrado con sus ojos la belleza
está consagrado ya a la muerte.
KARL AUGUST VON
PLATEN
(…) Tu deseo es beber esas hojas lascivas
o dormir en esa agua acariciadora.
No importa;
ya declaran tu espíritu impuro.
LUIS CERNUDA
Arde la tarde. Quema la arena de la playa.
Cuesta andar y me siento, envuelto
en la lúcida luz que atraviesa el espacio.
Unidad
bajo la órbita de la tierra,
presencia duplicada de azul y fuego.
Todo es inundación de expansión luminosa
que despoja el sentido de lo real:
velámenes que frisan en el agua del mar,
el rumor de las olas desgranando la espuma,
la albura del fulgor desleída en el vaho:
llamaradas de signos prodigiosos
que flotan por mi cuerpo enfermo,
transformando mi alma doliente en dulce gozo.
Al mirar hacia el horizonte,
observo cómo el reverbero de la brisa y la espuma
junta el ir y venir de jóvenes
que se agitan
y
juegan con el agua,
como vírgenes peces
que fecundan de verde
el fondo de las bocas.
Las muchachas,
en ese juego trémulo de rotación carnal,
desbridan sus escamas
al ferviente contacto de la piel aún ambigua;
se abrazan satisfechas
por el hallazgo de un sentido nuevo
lleno de plenitud, que va creciendo
como quien busca
el reclamo de un fruto que divide
sus vientres y sus carnes.
Ante tanta belleza de fascinante hembraje,
siento brotar de abril mi pecho,
y mis ojos galopan entregados
al rosa malva de su piel de seda,
pues parecían ángeles ambiguos
―de aquellos que pintaba Leonardo Da Vinci―,
o afroditas marinas,
hollando la jugosa arena
con sus danzas sagradas.
pero,
al destapar su herida la memoria,
se endurece tu mundo,
se concentra la fiebre en tu garganta
y no sientes la sangre
por estar ya licuada en el agua de un r.o
―deshabitado, etéreo―
incomunicable himno de lo bello distante.
|
En casa de Antonio |
Sigo viendo sus cuerpos semidesnudos,
sigo oyendo sus cantos de sirena
―cantos que vienen con su vuelo
de aparente pureza angelical―
con una excitación tan obsesiva
que me siento
un ser ridículo y grotesco,
un voyeurista inánime e impotente,
que no es capaz de distinguir
la realidad del deseo
en este templo tan sagrado
de los placeres
prohibidos,
mas
pronto noto que me desgarro,
que no penetra el aire en mis pulmones,
que ya no hay permanencia en mis sentidos,
y escucho,
como una revelada ensoñación,
una voz como oculta que me advierte:
…aquel
que ha contemplado la belleza
está
condenado a seducirla o a morir…
Y tras estas palabras,
que parecen nacer del fondo
del agua putrefacta
de los mismos canales venecianos,
presiento que me voy desintegrando
hacia otra dimensión,
pues comprendo
el mismo sufrimiento estéril
que habitaba en Gustav Von Aschenbach.
Por eso, al acecharme
violentamente
el aire del siroco
con sus alas de sal y su pico de airón,
entiendo su mensaje de piedra en sombra:
…en
todo el mundo no hay una pureza
más
impura que la vejez…
por lo que me abandono
a mi ensueño de imágenes veladas,
entre la luz gozosa de mirar
a esas muchachas
y la triste verdad de este presagio,
mientras noto caer
por mis sienes
la misma gota de sudor
tintada y fría
que resbalaba por el rostro de Dirk Bogarde,
y a quien Visconti puso su mirada.