El
pasado junio con motivo de un recital que organizó el Ayuntamiento de Navajas
de la mano de José Antonio Torres, tuve el gusto de conocer a JEAN CHALON,
francés de Carprentras (Vaucluse), escritor enamorado de Navajas (Castellón).
Me dedicó un hermoso diario que comprende sus vivencias desde 1973 a 1998 en la
citada villa castellonense donde ha pasado gran parte de su vida.
Ha
obtenido numerosos premios literarios y ha escrito numerosas biografías de
personajes femeninos: George Sand, María Antonieta, Santa Teresa de Lisieux,
etc. En el libro “Diario de Navajas”, del que a continuación seleccionamos
varios párrafos, muestra con exquisita sencillez su amor por los árboles, las
nubes, y la naturaleza en general; por al vida y por las cosas sencillas con una bondad extraordinaria y con un estilo
fluido y poético que permite leer el libro en una sentada aunque es aconsejable
darle algún repaso para saborear su filosofía de la vida.
Gracias
Jean por tu amor a nuestra tierra y por el regalo que nos haces con tu presencia
y fidelidad a ese rincón castellonense.
Párrafos seleccionados:
Pasamos
la vida matando el tiempo que toma su revancha, al fin, matándonos.
Me
abandono a todos los laceres del día de los que el principal es no hacer nada.
Incluso
en la basura una rosa sigue siendo una rosa.
La
rosa celestial de tus dedos será la última flor del universo, amor mío.
Me
prometo no tener más que paciencia y compasión para quien me exaspere. A fin de
cuentas, ¿no soy yo solo el que decide estar exasperado o alcanzar ese extremo?
Quería
decirte que te amo. Pero te amo demasiado para despertarte a las cinco de la
madrugada.
El
viento en los árboles y el agua en el arroyo hacen una canción de la que
quisiera comprender las palabras…
Cada
día hacer el bien, o, más modestamente, tratar de no hacer el mal.
Lo
que las mujeres ignoran es que los hombres no aman el amor. Les gusta follar,
eso es todo. Al socaire de esta confusión, cuántas mentiras y desdichas.
Esos
minutos que se creen perdidos en contemplar las flores de la mañana son los
mejores del día.
Los
chinos dicen que el pino y el bambú son los amigos de los hombres porque
permanecen verdes durante el invierno para hacerles compañía.
Es
inútil coleccionar obras de arte: una rama de hinojo seco cogido al borde del
camino es tan bello como cualquier escultura. Dios es el mejor de los
escultores.
Nos
damos cuenta de que amamos verdaderamente a alguien cuando encontramos en sus
ronquidos algo de musical, de tierno, de celestial.
(…)
basta con soplar en la flor del cardo maduro
para producir ángeles…
Y el
cielo tan azul, tan azul que uno querría poder bañarse en él.
El
viento de la mañana lava mejor que cualquier jabón. Su ligereza me vuelve,
momentáneamente, ligero.
La fuente
de lágrimas que se creía seca renace siempre en cualquier parte.
Amar
las nubes, estar en la luna, tener la cabeza llena de cielo, ¿a qué pedir más?
La
ociosidad me cansa más que la actividad extrema.
Cuando
haya perdido mi sobra y sea sombra entre las sombras, el recuerdo de tu sombra
bien amada será mi luz eterna.
El
cigarrillo, el vaso de bebida que se otorga a los condenados a muerte, puede
ser también de una gran ayuda para los que están condenados a vivir.
Sobre
un árbol muerto un pajarillo gris me dice: “tchek”. Contesto cortésmente a mi vez,
“tchek”. Así empieza un dúo que aún seguiría si yo no le hubiera puesto fin.
Cuando me he ido el pajarillo no se ha movido de su rama, pero se ha quedado
mudo. No sé qué es lo que nos hemos dicho durante nuestro intenso diálogo.
Durante
el sermón, el cura dice: “Somos las víctimas de nuestras debilidades”. Desgraciadamente,
no ha dicho cómo no ser víctima.
¿Por
qué tanto preocuparnos del infinito y de lo eterno cuando sabemos que somos
limitados y efímeros?
La
muerte debería ser una fiesta, la última. Se debería dejar la vida, como
preconizaban los antiguos filósofos, como se deja un banquete.
El
tempo está medido para el hombre, no para Dios. Perder el tiempo deberá estar
catalogado en el rango de los pecados mortales.
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