sábado, 16 de diciembre de 2023

ROSA LENTINI: "LA VIDA QUE VIVIMOS". VICENTE BARBERÁ ALBALAT





ROSA LENTINI

PRESENTACIÓN DE LA VIDA QUE VIVIMOS (Olé Libros, 2023)
VICENTE BARBERÁ ALBALAT
CASTELLON

Lo primero que llama la atención es la portada del libro, de una sobriedad absoluta, completamente blanca, solo resaltan el título en negro y el nombre en rojo, como si se nos dijera que solo importan la letra -negro sobre blanco- haciendo uso del reverso del cielo estrellado del poema “Un coup de dés” de Mallarmé, que es el mayor envite al destino que un poeta ha hecho en la historia de la poesía; y luego, el rojo del nombre que nos remitiría a la sangre, dos formas alternativas de escritura. Se escribe, por tanto, con todo el cuerpo: mente (negro) y vísceras (rojo). Ambos colores remiten a su vez al significado del título La vida que vivimos, compendio y a la vez una reflexión de lo vivido desde una edad avanzada, pero que, aunque la roza, aún no es la edad del deterioro. 


Vicente Barberá divide su libro en las cuatro estaciones del año, como las cuatro de la vida: primavera del ser; verano de la primera madurez; otoño de la consolidación e invierno de la decadencia y el final. Una vida que en todo caso debemos -se nos dice- aceptar como un enorme regalo.


Llama la atención, por segunda vez, el prólogo del libro que recoge no solo su poética, sino sobre todo las poéticas de sus amigos y compañeros de fatigas, valencianos en su mayoría, desde Jaime Siles a Carlos Marzal, desde Pedro J. de la Peña a la castellonense Rosa Mª Vilarroig. Yo me pararía en algunas con las que me he sentido más cercana: la de Paca Aguirre por ejemplo que nos dice que “la poesía es mi compromiso con el lenguaje. Y mi compromiso con el lenguaje es mi compromiso con la memoria.” O la de Juan Luis Bedins “la poesía es una forma de estar en el mundo y de entender la vida y el arte” fundamentada, sobre todo “en el ser humano, en una doble vertiente: relacionado consigo mismo y en relación con su entorno.”. La de Pilar Blanco, a su vez una metáfora “Poesía es seguramente el conjuro con el que intentamos saciar la sed de eternidad que nos convierte en poetas. Alas que son raíces: raíces que nos elevan.” O la de Antonio Mayor: “poesía como un método para conocer la realidad y a la vez un procedimiento para crear otra realidad”. Vicente Barberá a su vez afirma que es “la expresión de la belleza a través de la palabra.” Yo diría que es por un lado el instrumento lingüístico que hemos escogido para religarnos a los otros y a nuestro entorno, y también la forma en que mi propia alma respira. Recordemos que uno de los poemas de Sharon Olds dice: “mirar, mirar, mirar la tierra, como si esta fuera mi forma personal de tener alma” o también otro poema, esta vez de Chantal Maillard en Matar a Platón, afirma que escribir “es la forma más rápida que tengo de moverme”. Y para Pablo Neruda escribir sería también una forma de verdad, incluso a través de la máscara de la poesía o precisamente gracias a ella cuando dice “¡Líbreme Dios de mentir cuando canto!”. A su vez la poeta norteamericana Linda Pastan nos recuerda que “escribir es un acto nada natural y que se requiere mucha habilidad para que parezca un acto natural”, recordando uno de los preceptos de la gran Elizabeth Bishop. Por tanto, y resumiendo, poesía es una forma sensible de mirar, de conocernos, de comunicarnos, de ser responsables con y desde el lenguaje. Por fin para Julia Uceda, una de nuestras poetas más longevas, con sus noventa y tantos dice: “Que yo, a estas alturas, no sé qué es poesía. ¿Una intuición de tono elevado, una rebeldía sosegada o…?”. Para Barberá, a la pregunta de qué es la creación responde que se trata de una incapacidad, siempre una insatisfacción, es decir un trabajo incompleto, un “work in progress” que solo acaba con la muerte del poeta. Escribir es siempre, por tanto, la expresión de un fracaso, lo es para cualquier creador, pero en cambio no para el lector, que será quien complete, en cierto modo, la obra del autor.


De las cuatro estaciones destaca la sección del otoño porque al ser la que vive su autor ahora mismo, hay más vivacidad en ella, más correspondencia. El nombre de Clotilde sirve para unificar las partes del libro, así, la amada es vista desde todos los ángulos posibles y desde todas las valoraciones vitales, incluida la decadencia. Por otra parte, aceptamos la ironía de Vicente Barberá cuando comenta en su epílogo que solo usa de endecasílabos, de heptasílabos y de la forma del soneto, cuando lo cierto es que para moldear su escritura poética va del soneto al poema en prosa y usa de todas las subversiones posibles.

Porque La vida que vivimos, es no solo una valoración de la vida en general y de la propia en particular, sino ante todo un diálogo con los amigos poetas, tanto con los vivos como con los muertos, tanto con los clásicos como con los contemporáneos. Confieso que he leído el libro con el listado final de poetas en la mano, es decir, intentando saber de qué autor eran los versos incluidos en cada poema, pues esta es una forma de propuesta de lectura especialmente válida en esta ocasión, que me hizo preguntarme si Vicente lee primero el poema del amigo que le gusta y luego “compone” alrededor de los versos seleccionados su propio poema o bien lo hace al revés. Sospecho que podría ser la primera fórmula mayoritaria, aunque sin abandonar por completo la segunda, pues sus versos -sin dejar de lado la medida- se “adaptan” a los de sus amigos. Yo lo llamaría el arte de encajar poemas y Barberá lo hace en ambas direcciones, esto es tener versatilidad y capacidad de adaptación, ¿y no es precisamente capacidad de adaptación la propia vida? Por lo tanto, también la vida del verso posee también esa misma fórmula. 


Libro generoso, libro de reconocimiento de las voces de otros autores, pero también de reconocimiento de sus voces en uno mismo. Con todo ello Vicente Barberá trata de expresar que la vida es parecida para todos, porque la vida, -y también la poesía- añado yo, es un asunto de todos.

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