Aspirante al olvido permanente
Cómo invaden mi mente los recuerdos.
La casa en Barcelona que fue amable,
su balcón y las clivias rumorosas
bajo el sol y las nubes complacientes.
El órgano pequeño en el pasillo
que mis hijos tecleaban a menudo.
La preciosa caniche, nieve blanda,
con su triste mirada siempre alegre.
Y muchos años antes, en verano,
la rambla, ¡cómo no!, con su misterio,
testigo de amoríos en su cauce,
hoy reducto de injustos abandonos.
El roble en cuyas ramas las abejas
zumbaban sinfonías de colores,
las arañas contentas con sus nidos
y los rayos de sol hora tras hora
calentando su tronco y sus secretos.
Mis queridas abuelas, tenazmente
queridas, respetadas y adoradas.
Los juegos de pelota con mis tíos...
Ibarsos, La Barona, pedanías
de olvidos, avatares y aventuras
que, ancladas en el seno de mis hielos,
me cercan con nostalgia renovada
cuando ya soy vacía soledad
aspirante al olvido permanente.
Ay, madre, que a morir viniste
aquella negra noche del invierno
entre mis dedos, dardos de impotencia.
Apenas vivo el tiempo que me diste.
Ya no encuentro tu risa y tus palabras.
Sin ti estoy cada vez más olvidado.
En campos de secano fuiste
fuente de arena limpia.
Tus caricias reposan en mis ojos ausentes
y entre olivos, almendros y una rambla añorada
me dejaste sin lumbre
en un atardecer
encendidas las llamas de tus últimos besos.
Ya no habrá más palabras,
ya no habrá más caricias,
ya no habrá más cobijo.

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