8
DE JUNIO
Nací el 8 de junio.
Toda la luz se derramó en mi sangre,
pero hace tiempo que no encuentro
ni la luz ni mi sangre.
Pensé que era mejor poner mi vida
muy lejos de las cosas que he
querido,
muy lejos de las cosas de este
mundo,
muy lejos de tu amor, que ha sido el
mundo.
Me fui fuera de ti
para poder volver un día
curado de la bestia que me ocupa.
Pero la bestia se ha hecho grande,
tan grande como puede hacerse un
hombre,
y vamos los dos juntos de la mano
camino de la muerte:
¡si
me vieras!,
los ojos que quisiste son agujas
clavadas hacia dentro.
Soy uno de esos hombres que desguaza
las flores con sus botas de jinete.
Consumo polen ácido,
comulgo reno crudo, escupo arcilla.
Me digo con palabras que les lamen
los ojos cancerosas a los ciegos.
Confieso que he bebido cera hirviente
tratando de sellar todas mis
puertas.
A veces, si mi bestia se ha dormido,
planeo una manera de escaparme:
me visto un traje nuevo, me anudo
una corbata,
mas, vueltos al espejo mis dos ojos,
descubro que me mira un hombre
muerto.
Y entonces, inhumano, desterrado,
retorno al colchón sucio de mi siglo
y cumplo un año más lejos de todo.
No he vuelto a escuchar luz.
No he vuelto a besar pulso.
Me alumbran y devoran la garganta
estrellas tan brillantes que son
negras.
Mas dejo testimonio de que todas
las noches de mi vida he pronunciado
tu nombre con gemidos animales.
Tan fuerte te he llamado que no
existe
frontera entre el aullido y mi
persona.
Quizá sólo fui alguien un instante
del 8 de aquel junio de aquel año,
lo mismo que son hombres los que
lloran
y dejan de existir los que no aman.
(Antonio Praena)
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