FLOR EN EL AGUA Vicente Barberá
Siempre hay una primera vez en
casi todo, y bien está que así sea para ir por la vida con ilusión y fuerza
adolescente. Hoy nos convoca Vicente Barberá en este Café Comercial que es
vuestra casa, un joven poeta que pertenece a la estirpe de los optimistas, y
que practica una variante de la amistad poco frecuente: la amistad exacta, que
es como decir amigo que acompaña sin ruido, leal compañero cuando más le
necesitas, discreto testigo que solo aparece si le nombras. Vicente trae en su zurrón un libro nuevo, Flor en el agua, publicado por la
también joven editorial Lastura con el número 108 en su colección Alcalima,
donde comparten catálogo ilustres como nuestras lloradas Elvira Daudet y Aurora
Auñón, Nicolás del Hierro y Francisco Caro. Sin hacer ruido, pasito a paso con
generosidad y tino, Lidia e Isabel, Isabel y Lidia, han consolidado un proyecto
riguroso que tiene ya velocidad de crucero, lista de espera como los
restaurantes de moda, y un futuro que acaba de empezar. Doble enhorabuena a las
editoras, y a su ya nutrida nómina de autores, a la que se incorpora Vicente
por méritos propios.
Decía antes que siempre hay una
primera vez en casi todo, y es caso de nuestro poeta, que ya nos visitó para
una lectura compartida en el Ateneo con sus compañeros de El limonero de Homero, Blas Muñoz, Antonio Mayor, Teresa Espasa y
Joaquín Riñón, todos ellos muy buena gente y excelentes poetas, y hoy debuta en
solitario ofreciéndonos su particular cosecha de haikus, senryus, tankas y
mondoos, cuatro tipos diferentes de
manifestación poética que encuentran en este libro su bandeja: un primer
capítulo con el título de En el linde del
agua que recoge 55 haikus; Los
límites del cielo, donde el lector encontrará 78 senryus; En brazos de su amante, con 27 tankas; y
el capítulo que cierra el libro, Si no te
tengo cerca, con solo tres jugosos mondoos. Completa la entrega, para mejor
sosiego del lector, un soneto a guisa de prólogo con el título Ai (Amor) – Así es Ai y será, nos dice, frío y caliente. / Al mismo tiempo ardiente
y apagado. / extraña convivencia de contrastes / aunque la vida invite a la
templanza – y un epílogo, Kooraibashi,
puerto final de esta atrevida singladura por aguas muy distintas a nuestro
Mare Nostrum, acogedor y discreto con sus hijos cuando regresan a casa sin
arrastrar los pies. Tenía que llegar a
Kooraibashi, / superar el dolor de tanta lágrima / y esperar que, de nuevo,
amaneciera, termina el libro.
Y ahora, la pregunta del millón:
¿Por qué un poeta como Vicente Barberá, director de cursos sobre la felicidad,
conferenciante de pro en universidades extranjeras, creador del potente ciclo “Poetas
en el Ateneo”, entre otros méritos reconocidos, Vicente, con más de treinta
libros publicados que bien recogen su paso por la enseñanza, entra ahora,
permítanme la expresión, en este jardín? Jardín, por otra parte, muy
frecuentado en los últimos años, pues numerosos son los libros de haikus
publicados, como diría el gran conocedor y excelente poeta José María Prieto,
“tanka a trankas y barrancas”, resaltando así que pocos son los elegidos a la
hora de manejarse con donaire en el territorio de dos estrofas desiguales, la
primera con tres versos, (5 / 7 /5) y la segunda de dos (7 / 7) cuyo origen,
bien pudiera ser, estaría en los mensajes secretos que se hacían llegar los
amantes por medio de un mensajero. Sobre la naturaleza y características de
estas manifestaciones poéticas que huyen de la adjetivación, las metáforas y el
subjetivismo, encontrará el lector una esclarecedora guía al comienzo del
libro, con el título “Poesía japonesa” y jugosas referencias bibliográficas.
Pero vuelvo a la pregunta
“¿Vicente Barberá escribiendo haikus?”. Sucede que Vicente es de natural
curioso, y suele poner su cámara allí donde pocos miran, atributo que adorna a
los poetas viajados y con ganas de aprender. Según nos cuenta en la
introducción, Vicente viajó a Japón en 2.013, repitió un año después, y tuvo
ocasión de asomarse, con respeto y admiración, a su cultura, paseos por Kioto
mediante, y al fondo el barrio de Gion, en el lado oriental del río Kamogawa.
La gente no cambia, pero aprende, y cuando el poeta subió de regreso al avión
estaba ya incubando este libro sin saberlo.
Escribía hace bien poco Ricardo
Bellveser, en el periódico El Mundo, a propósito de su libro de versos ”Después del amor”, publicado en la colección
valenciana Nigredo que en Vicente Barberá “el tema amoroso está en la columna
vertebral de su creación”, y que “aborda la poesía desde la serenidad y la
experiencia vivida”. Y así se comprueba en Flor
en el agua, y así se despacha el poeta en esta destilación que a tenues
pinceladas dibuja instantes que han pasado de su retina al folio, para
hablarnos de la naturaleza (Ocres y
verdes / las hojas de estos árboles / llega el otoño), del amor y sus
vaivenes (lo que se ama /
atormentadamente / siempre perdura), de precisas reflexiones (sólo yo sé / cuántas vanas preguntas / sobre
mi muerte).
Bienvenido sea, pues este veterano haijin
primerizo, que con rara osadía abandona su reconocida habilidad para escribir
sonetos y se instala pluma en ristre en un parque de Kioto. Y si encuentras al fin la claridad, / ten
fuerza y canta, / con voz clara, punzante, de acero si es preciso concluye
Vicente Barberá en su poema “Búsqueda”. No siempre encuentras lo que buscas, y
pudiera ser el caso: Vicente, y el poeta que siempre le acompaña, cumplen ahora
viaje y nos ofrecen esta Flor en el agua,
con jugosas piezas que dictaron a su
oído varias geishas andarinas, la luz de los faroles de papel multicolor, y un
puente por nombre Kooraibashi que es, conviene decirlo ahora, el Puente de la
Felicidad.
Muchas gracias por este regalo, amigo Vicente, y mucha suerte en
próximos empeños.
RAFAEL SOLER
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