Aunque no es la primera vez que incluyo un soneto en este blog, os anuncio especialmente a los amantes de esta sublime expresión poética que voy a iniciar una serie de ellos, que voy a enumerar. Empiezo con uno de los más conocidos, el único que soy capaz de recitar de memoria y que me ha llenado muchas veces de alegría y de ejemplo para esa cosa que los psicólogos llaman fluir, especialmente cuando se utiliza como oración fervorosa, como yo mismo he podido apreciar en algunos lugares de América donde el catolicismo todavía impera en la mente y en el corazón de muchos ciudadanos. Rezar es un mdio (remedio) que utilizan muchas veces los creyentes para aliviar las penas y elevar su espíritu a lo desconocido, a manera de catarsis.
El soneto conocido como SONETO A CRISTO CRUCIFICADO o, simplemente con el título de su primer verso se considera anónimo: no se sabe con seguridad quién es su autor. Se le atribuye a Juan de Ávila, a Miguel de Guevara y a santos como santa Teresa de Jesús, san Juan de la Cruz, san Ignacio de Loyola o san Francisco Javier. Incluso a Lope de Vega en su época mística. Es una joya de la poesía española mística del siglo XVI. Espero que lo recordéis y lo disfrutés como se merece.
Un abrazo.
Anónimo
No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera,
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.
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