Frontera
Yo, que llegué a la vida demasiado
pronto,
que fui −que soy− la que se
anticipó,
la que acudió a la cita antes de
tiempo
y tuvo que esperar en la consigna
viendo pasar el equipaje de la vida
desde el banco neutral de la
deshora.
Yo, que nací en el treinta, cuando
es cierto
−como todos sabéis− que nunca debí
hacerlo,
que hubiera yo debido meditarlo
antes,
tener un poco de paciencia y tino
y no ingresar en ese tiempo loco
que cobra su alquiler en monedas de
espanto.
Yo, que vengo pagando mi
imprudencia,
que le debo a mi prisa mi miseria,
que hube de trocear mi corazón en
mil pedazos
para pagar mi puesto en el
desierto,
yo, sabedlo, llegué tarde una vez a
la frontera.
Yo, que tanto me había anticipado,
no supe anticiparme un poco más
(al fin y al cabo para pagar
en monedas de sangre y de desdicha
qué pueden importar algunos años).
Yo, que no supe nacer en el
cuarenta y cinco,
cometí el desafuero, oídlo,
de llegar tarde a la frontera.
Llegué con los ojos cegados de la
infancia
y el corazón en blanco, sin
historia.
Llegué (Señor, qué imperdonable)
con nueve años solamente.
Llegué tal vez al mismo tiempo que
él
pero en distinto tiempo.
No lo supe.
(¡Oh tiempo miserable e injusto.)
Estuve allí −quizá lo vi−
pero era tarde.
Yo era pequeña
y tenía sueño.
Don Antonio era
viejo
y también tenía sueño.
(Señor, qué imperdonable:
haber nacido demasiado pronto
y haber llegado demasiado tarde.)
y haber llegado demasiado tarde.)
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