Curioso libro de mi buen amigo Francisco
Caro al que tuve el gusto de conocer hace casi un año con motivo de un
encuentro de poetas españoles en el Monasterio del Santo Espíritu de Gilet
(Valencia). Entonces me dedicó Cuerpo, casa
partida, ganador del premio LEONOR de 2013. En esta ocasión me dedica Locus Poetarum. Si el primer libro es
una maravilla, este es un derroche de creatividad que llama poderosamente la
atención por su tema, a veces confuso, y por su originalidad. Se trata de un
aprendiz de poeta que recibe clases en la “Academia” de un “Maestro” que, según
Francisco, vive, vivió en un piso
madrileño de Atocha. El curso duró menos de un año (del 13 de septiembre hasta junio).
Así enfermó de fiebre, herido profundamente por la palabra, de la que todavía
arrastra las secuelas.
Tremendo libro
que se pasea por el jardín inmenso de la palabra con ese amor que enferma a sus
amantes. Durante la lectura del libro, que hice en un día mientras acudí a dos
consultas médicas –todos sabéis que a veces las esperas pueden ser
interminables-, pude disfrutar no sólo de su riqueza expresiva y léxica,
suprimiendo los signo de puntuación en algunos poemas y citando a muchos
poetas, lo que sirve para despertar nuestra memoria, sino que, además, pude
gozar de la música, del continuado ritmo que permite leer sin ganas de terminar
la lectura.
Subrayé numerosos
versos y estrofas. Transcribo estas dos:
(…)
no
hallarás su lugar, su territorio, (se refiere a la sencillez)
hasta
que escribas solo,
vacío de ambición y para nadie,
como si hubieras muerto.
vacío de ambición y para nadie,
como si hubieras muerto.
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SÓLO
el poema puede
penetrar,
bisturí, la verdad
y no romperla
penetrar,
bisturí, la verdad
y no romperla
(...)
La enhorabuena,
amigo. Seguiré disfrutando con nuevas lecturas seguro de encontrar en cada una
de ellas nuevos motivos de admiración.
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El cazador
A Lucía Comba
Hay un blanco animal,
larga la crin, que cruza
alguna vez delante
de tu refugio,
sin temor a amenazas
ni a lo oscuro del bosque
y estás tú,
el cazador, tan solo como
salvaje y libre
parece el animal al que pretendes
cercar sin daño, someter
piensas
que para hacerlo tuyo,
para apresarlo debes
servirte de la trampa del poema
(el poema es la red
si el poema es exacta geometría)
y la construyes
sagaz, con cien astucias,
porque tú has decidido
capturar,
poseerlo, custodiado entre rejas
entre versos
al animal rebelde,
al vagabundo andar del unicornio
al que los dioses llaman Poesía.
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