MAL DE MAR
(CUANDO SINTIERON AQUEL VÉRTIGO LES
ABARCÓ UNA CERTEZA:
LOS DÍAS DE CALMA SE HUNDÍAN EN LA
PLEAMAR DEL DESEO).
Desde la orilla
de la entrega
las velas del
destino
se izaban como
un azul presagio
declinando
horizontes
como fanales de
lo inmenso.
Durante unas
fracciones de segundo
se adentraron en
túneles
de agua
transparente
dejándose
arrastrar
por sus
convulsos juegos sin estela.
Dunas de soles
salpicaron de
yodo ardiente
sedientos
párpados
y un cristalino
asombro se abrumó
en la dulce sal
del aliento.
Algas oscuras
como besos
se enroscaban,
resbaladizas,
por su carne
cobalto
y el arrecife de
las bocas
se recubrió de
corales negros.
Y fue un ávido
delirio
de mar y manos,
un desnudo
destello
que formaba en
el fondo
corrientes
verticales.
El placer lanzó
su sedal templado
sumiéndolos en
su impostura
hasta sacarlos
como peces
que se agitan,
exhaustos,
en la cala de
los sentidos.
Y tendidos bajo
un cielo incolmable
creyeron
respirar a salvo,
mientras un
turbio anhelo se anegaba
en una oleada de
sangre
que los devolvió
al océano
(CUANDO
SINTIERON AQUEL VÉRTIGO LES HUNDIÓ UNA CERTEZA:
LOS DÍAS DE
FUEGO SE AHOGABAN EN LA BAJAMAR DEL ADIÓS)
Contar las olas
no bastaba.
Su sordo
estruendo,
sus golpes
húmedos,
no dejaron
huellas profundas
al romperse
sobre las rocas.
Abrir los ojos
no fue suficiente.
Hostiles gotas
los cegaron
bajo el salubre
espejo de la luz
diluida en
crepúsculo,
ardida en carnal
firmamento.
No vieron
enturbiarse el aire
con la calima de
sus lágrimas,
ni el hálito de
su saliva
volverse negra
marejada
en el abismo de
lo incierto.
El mal de mar
les sobrevino
como la
sensación contradictoria
de volver a ser
lo que fueron.
Un afán engañoso
les indujo
al más débil
desequilibrio.
Fue un naufragio
de nadie,
como un mensaje
a la deriva,
como restos de
nombres grabados
en un trozo de
madera que flotan
hacia un final
ceñido a lo inasible.
El brusco oleaje
del mar
depositaba, con
recelo,
sobre la arena
de la playa,
sus dos cuerpos
varados,
ebrios de piel y
espuma.
Marzo fue un
navío zozobrado
en el vaivén
añil del miedo.
El azar, una
inmersa despedida.
Y los guijarros
de la soledad,
desencuentros
devueltos a su costa.
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