PROYECCIÓN DE LA LLAMA
es la luz;
y la sombra
del cuerpo
que, interpuesto,
con la luz
se ilumina;
y también
el temblor
difuso del
contorno
que define
la sombra.
En la
penumbra gime
la lucidez
ausente
del que
calla y observa,
porque
sabe que nada
existe por
sí solo,
ni la luz
ni la sombra
ni la
propia penumbra.
La luz
sólo es visible
en los
seres que toca,
y sin
ellos no importa
su
imposible existencia,
como a mí
me sucede
con esos
dioses mudos
que no sé
si me ignoran.
Ni
siquiera la llama
que
alguien tuvo en su mano
como tea
en la noche
del pintor
de cavernas
o antorcha
para el odio
se explica
por sí sola
si no hay
alguien que mira.
Ese es
todo el secreto:
sólo mirar
nos salva
(o, mejor,
ser mirados)
para estar
en el tiempo,
o sólo
para ser
en un pequeño
espacio
algo de
luz y sombra.
Para morir
se nace:
el fuego
se consume
mientras
mata las sombras
que del
fuego han surgido.
Y el
círculo se cierra
aunque
haya, de nuevo,
quien
encienda otra llama.
Ah, los dioses. No ignoran
que una
vida sin fin
sería
insoportable.
Ellos son
los que envidian
nuestra
muerte en la sombra
porque
morir le da
sentido a
nuestra vida.
(Rojo)
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