EL PASEANTE
“Shakespeare, Rembrandt, Beethoven, harán cine... Todas las leyendas, toda
la mitología y todos los mitos, todos los fundadores de religiones y todas las
religiones incluso... esperan su resurrección luminosa, y los héroes se apelotonan,
para entrar, ante nuestras puertas”
ABEL GANCE, “Le temps de l’image est venu” (L’art cinématographique,
II), París, 1927.
He incendiado las páginas borradas
del otoño que crece en mis pupilas.
Hay hojas de castaño y arce, oscuras,
que caen de mi niñez como la nieve.
Hay un ovillo blanco entre mis dedos
y el laberinto que empieza en el
poema,
su dolor,
su debilidad,
su fuerza.
En esa tela sucia
un hombre se convierte en algo
oscuro.
Ya soy el alfabeto, la tarde que se
aleja,
el nombre que no sabe…
ah, sí, el desventurado…
el expulsado del país del cielo.
La tristeza atraviesa indiferente
una lluvia de cantos y caudales.
Mi ojo es la superficie de las cosas,
es la huella de tinta en el papel,
el perro de la luna, el incendiario.
Ya soy la colección y su paisaje.
¿Abandonar la casa sin ser visto?
He olvidado ese don, no lo merezco.
Mi ironía es la música del alma,
es el peso del día sin memoria.
El silencio es tangible
y transforma esas huellas en monedas,
en símbolos ardientes en las manos.
En la arena fugaz fijo mi nombre.
El ocaso es un objeto de mi alma.
Desde entonces me duelen los poemas.
La luz, impronunciable, me precede.
Entre esta luz y aquella no hay
olvido.
Si abro los ojos, amanece el día
-ignoro en qué país, en qué ciudad-.
Nada me une a esta tierra ni a este
cielo.
No soy hijo de nadie, cruzo el mundo
con la curiosidad del paseante.
Ven conmigo a cantar tras el otoño.
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