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| JOAQUÍN, en el centro, presidiendo la mesa |
CAMPANADAS
Sobre nosotros lloran las campanas.
Sobre tu corazón llora el silencio
BLAS MUÑOZ PIZARRO
Por las tardes,
cuando paseo solo por el campo,
oigo el lento llorar de la campana
de la iglesia,
como palpable signo de vida rehilada
en mi propia madeja.
Son tardes de quietud piadosa,
de luz definitiva entre los árboles
(luz de lucidez cósmica
en el convulso pálpito del pulso
que mide mi carne).
En el remanso de mi soledad,
como un sueño irreductible,
fluyen en mí las notas del badajo,
eterna canción
que me habla con su lengua de nostalgia,
golpeando a la piedra inmensa.
Sonido deizado
bajo la boca compasiva
sus latidos nacen del nido de la torre,
como vírgenes pájaros
que llevan en su pico la ceniza
que los hombres levantan de la muerte.
Canción indescifrable, luz de cáliz
volcada para el credo,
música de himno ambiguo,
el hombre sabe que, aun vencidos,
no sentirán la hiel de la derrota.
Y por eso
bebo la sangre de este cáliz
que vuelca luz y sombra al mundo,
golpeando la piedra, con su voz
de peso,
la melodía altiva
que trasciende el olvido.
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