URBIS
Coronan la ciudad morenas crines
que lamen rocas
y aguas fecales,
que prestan sus
bridas a los amaneceres
opacos y
deshilachan las conciencias
y los deseos de
eternidad.
Cuando la
ciudad adquiere tintes
de boato y
resurgimiento, toda la mañana
quiere sublimar
la agonía de sus aceras,
el raudo paso
de los caminantes
que, como
aparejos tendidos al sol,
prestan
alambiques de osadía
a la vida que
llega.
Sentirse cosmos
en la ruin espera del charol
de unos
edificios que te observan
desde la
cercanía e impregnan
tu cuerpo de la
soledad compartida.
Hay hombres en
las esquinas de sombra
solazados en la
contemplación de lo huero
y huidizo,
hombres tiernos que portan
en el ojal de
su compostura
el bello belfo
de la derrota
y niños lejanos
que corretean
sus labios por
estrechas callejuelas.
Tiene la ciudad
el canoro rubor
de lo
desconocido e intangible,
aquello que los
sabios que en el mundo
han sido llaman
«saudade».
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