HOMENAJE A JOAQUÍN RIÑÓN
ADHESIONES
AMPLIACIÓN DEL PROGRAMA HOMENAJE A JOAQUÍN RIÑÓN REY
13 DE JUNIO DE 2019
RELACIÓN DE CANCIONES QUE INTERPRETARÁ LA SOPRANO MARÍA VELASCO,
HIJA DE JOAQUÍN, Y EL PIANISTA JUAN ANTONIO RECUERDA.
1- MALINCONIA, NINFA GENTILE de V. Bellini.
2- Ne poy crasaviza pri mne de S. Rachmaninov.
3- Wie Melodien zieht es mir de J. Brahms.
4- Lied der Mignon de F. Schubert.
5- Zueignung de R. Strauss
2- Ne poy crasaviza pri mne de S. Rachmaninov.
3- Wie Melodien zieht es mir de J. Brahms.
4- Lied der Mignon de F. Schubert.
5- Zueignung de R. Strauss
Estocolmo, 11 de junio de 2019.
Por motivos personales vivo en el extranjero desde
hace más de trece años y no he podido disfrutar de mis padres como yo hubiera
querido en los últimos años. Su pronta desaparición me deja un vacío en el
corazón pero me llenan la memoria de recuerdos y pasajes que me transportan
melancólicamente en un limbo que roza el placer y la incertidumbre.
En
las líneas que abajo escribo, intento describir un día cualquiera de mi padre,
como yo lo recuerdo, como yo me lo he imaginado decenas de veces ante su
viudedad, injustamente temprana.
Era
un hombre de rutinas sencillas y corazón bondadoso. Yo, su hijo Marcos, ante mi
ausencia en su homenaje, quisiera compartir estas letras con vosotros desde una
visión familiar y romántica del que siempre será vuestro amigo, mi padre y el
poeta de todos los que tengan el placer de leerlo.
Mi padre, el último fumador de Boncalo.
Recuerdos enlazados en mi memoria desde la distancia.
De su hijo Marcos.
Quino no estaba seguro de si fue el claxon de
un coche esta vez o el grito de algún borracho tardío lo que hizo que perdiera
el vago sueño que le mantenía débilmente atado a la cama esa mañana de un día
cualquiera.
La
luz se asomaba lánguidamente por los huecos de la persiana de plástico dibujando
un reflejo vespertino y renqueante sobre la pared del dormitorio. Pared en la que
se podía ver dibujada una extraña silueta que rompía la monotonía de puntos y
rayas proyectados, y que describía que el paso del tiempo no solo penalizaba a
los allí vivientes, sino a todo lo que en esa habitación se hallaba ya
largamente madurado.
Con
minuciosa armonía mi padre agarró el paquete de cigarrillos y alargó uno hacia
sus labios, al tiempo que activaba el encendedor.
Una
prisa calmada hacía denotar que el aire respirado no saciaba su existencia y la
breve ansiedad percibida con los primeros rayos de sol, solo podía ser
apaciguada por la combustión del pitillo mezquino.
Una
breve mueca en su cara trataba, tras las primeras caladas, de conseguir una humilde
sonrisa al tiempo que percibía que el dragón, reflejo de la persiana rota, se
había desvanecido convirtiéndose en una insignificante raya que apenas merecía
atención.
El
leve hilo que le mantenía atado a la cama se había deslumbrado haciendo que
fuera relativamente fácil pararse junto a la ventana para ponerse a buscar con
curiosidad a través de los huequecitos de la persiana algo que le hiciera ver
que la vida ya había comenzado ese día.
Una
vez en la cocina el ritual de la preparación del desayuno siempre comenzaba
igual: unas cucharaditas de copos de
avena sobre un cacito de acero esmaltado mezclados con agua y sin sal.
—La
sal no es buena para la tensión —se repetía con frecuencia.
Evadirse
entre el silencio de la mañana era parte de su rutina, un silencio apenas roto
por los golpecitos de la cuchara contra el cazo removiendo la masa parda y esta
haciendo orquesta con el burbujeante hervor espeso de la avena.
La
mirada se perdía entre las rendijas de las láminas de la galería, ensimismado,
casi cegado por los rayos del día que se asomaban zigzagueando entre el baile
de la ropa colgada movida por el viento y la brisa.
El
movimiento de muñeca era constante, técnicamente perfecto, al filo de la línea
de entre quemarse la punta de los dedos por la llama de la cocina de gas o de
soltar la cuchara apenas sujeta por la punta de tres dedos de la mano derecha.
En
la mano izquierda un Boncalo en ebullición se balanceaba estrangulado entre dos
dedos, que acompañaban a una mano que agarraba con firmeza dudosa el mango del
cazo.
Al
cabo de media hora el ritual había concluido. Un manchadito de café sobre leche
de arroz completaban la ingesta.
—La
leche de arroz es muy buena —se repetía.
El
pitido punzante de las horas en punto bullía del aparato de radio situado en el
dormitorio, le seguía una musiquilla vivaz marcando así el paso a los titulares
de las noticias siempre importantes, dibujadas en las ondas con tono destacado
por un locutor matutino.
La
distancia entre las habitaciones convertían las palabras en un murmullo
repetitivo y monótono a veces pisoteado por una melodía tintineante que
intentaba causar en el locutor una sensación de intriga curiosa por absorber lo
que allí se decía.
Desde
el cuarto de baño mi Padre alargaba el cuello en posición felina con un ligero
giro de cabeza para tratar de descifrar el jeroglífico que percibía a través de
los muros y puertas.
—Las
dichosas pilas —pensó sacudiendo la cabeza—. Tengo que hacerme una lista de
todas las cosas que tengo que hacer, mira que Sefita siempre me lo decía —se
dijo a sí mismo.
Le
costaba hacerse a su nueva vida sin su difunta esposa, cada día, cada momento
que respiraba, cada calada que le pegaba al cigarrillo, cada paso que daba iban
siempre con su Sefita. No podía dejar a Sefita en el olvido y aunque siempre,
durante sus casi cincuenta años de convivencia le había llamado Sefa, ahora
Sefita era su mujer; ese diminutivo la mantenía más cerca aún, si cave, del
corazón y del alma.
En
recuerdo de mi Padre, siempre en mi corazón.
Marcos
Riñón.
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