Título: La mirada de la esfinge
Autor: José María Álvarez
Editorial: Olé Libros
Género: poesía
Año de publicación: 2019
Número de páginas: 126
ISBN: 978-84-17737-92-4
“La mirada de la esfinge”: la antología poética más reciente de José María Álvarez
Por: José Antonio Olmedo López-Amor
José María Álvarez (Cartagena, 1942) es uno de los poetas que escogió el crítico literario José María Castellet para conformar su famosa y polémica antología —a partes iguales— titulada Nueve novísimos poetas españoles (Barral, 1970). Concretamente, Álvarez, junto a Manuel Vázquez Montalbán y Antonio Martínez Sarrión formaron esa facción denominada `senior´ dentro de una misma antología que se completó con poetas más jóvenes, o `coqueluche´, formada por: Guillermo Carnero, Félix de Azúa, Pere Gimferrer, Ana María Moix, Vicente Molina Foix y Leopoldo María Panero.
La privilegiada posición que el tiempo nos brinda medio siglo después nos da la posibilidad de advertir que Castellet solo acertó, en parte, como antólogo, ya que algunos de los poetas que escogió se distanciaron mucho de la poesía, años después, y algunos de los poetas no incluidos en su selección demostraron ser más novísimos que los propios novísimos, me refiero a: Juan Luis Panero, Luis Antonio de Villena, Jaime Siles, Marcos Ricardo Barnatán, Jenaro Talens, Antonio Colinas y un largo etcétera. Sin embargo, a su favor siempre quedará el hecho de anticipar un cambio de mentalidad en la poesía española, un registro que en años anteriores contrajeron algunos poetas españoles por contagio con algunas vanguardias de la cultura europea sumado al hastío que les producía el desgaste de una poesía social costumbrista y agotada.
Para algunos, la verdadera puntería de Castellet quedaba representada en dos de sus poetas: Pere Gimferrer y Guillermo Carnero, poetas totales, todavía hoy activos y fieles representantes de un culturalismo que no han abandonado. La sólidas trayectorias de Gimferrer y Carnero, pero sobre todo, la importancia y trascendencia de sus obras poéticas, realzó el contraste con sus compañeros de grupo, quienes se vieron —figurativamente— invitados a desmentir la apuesta que por ellos había hecho Castellet o, por el contrario, a refrendarla.
José María Álvarez publicó en 1964 su ópera prima, titulada Libro de las nuevas herramientas (El Bardo), obra que ya fue considerada entonces como la mejor publicación poética del año por la revista Índice. Y no fue hasta una década después que se pronunció de nuevo como poeta con la publicación de Museo de cera (Manual de exploradores), para muchos, su obra maestra, concebida entre 1960 y 1970 y después reeditada y ampliada en varias ocasiones. El gigantismo de Museo de cera recuerda a los Cantos de Ezra Pound, autor al que Álvarez conoce bien, ya que lo ha traducido y por el que le encargaron presidir su homenaje tras su muerte, celebrado en Venecia (1985).
Ya en sus inicios José María Álvarez mostró un especial interés por el cosmopolitismo y la variedad de la riqueza cultural a él asociada, así como un inusual gusto por la abundancia de citas de otros autores —primero— y la profusa utilización de títulos extensos —después— y en diversas lenguas. Estos rasgos y muchos otros han singularizado hasta día de hoy su quehacer como poeta. En la actualidad, podemos afirmar que su legado poético es caleidoscópico y poliédrico, algo que le ha exigido una evidente libertad formal.
Ensayo, novela y poesía estructuran las ramas principales de su producción literaria. A las interesantes antologías que glosan su poesía, entre las que se encuentra El vaho de Dios (Poemas venezianos) que elaboró Alfredo Rodríguez para la editorial Renacimiento, se suma ahora La mirada de la esfinge (Olé Libros, 2019) al cuidado de la también poeta Noelia Illán Conesa (Cartagena, 1983), quien es especialista en la poesía de José María Álvarez y a quien ya antologó en El oro de los tigres (Balduque, 2015).
Si en la mencionada antología de Illán Conesa el criterio de selección poemática fue la relación de los poemas de Álvarez con aquellas ciudades amadas por el poeta, en La mirada de la esfinge plantea otro recorrido, y es el que a través del deseo los poemas del novísimo la han conducido a la emoción como lectora. Recordemos que Illán Conesa ya leía a Álvarez desde los catorce años y, como ella misma confesó en una entrevista, de su novela La esclava instruida pasó a la poesía de Museo de cera, quedando absolutamente maravillada y sobrecogida tanto por la amplitud de su registro poético como por su actualidad.
Esta particular forma de acercarse a la poética de, en opinión de Luis Antonio de Villena, uno de los mejores poetas españoles contemporáneos, propone un sesgado itinerario sensorial muy propicio para aquellos que no han tenido contacto con su poesía. Esa parcialidad que exige el criterio de selección de los poemas no evita que en los poemas escogidos veamos representados los principales actores, temas y estilo del autor cartagenero.
Publicada en el número cinco de la colección Vuelta de Tuerca, colección que aspira a convertirse en un referente a nivel nacional y en la que ya han publicado antologías poetas como Ricardo Bellveser, Jaime Siles, Rafael Soler y Francisca Aguirre, La mirada de la esfinge cuenta con 125 páginas en las que Illán Conesa glosa ese ya comentado recorrido trazado por el deseo en la poética alvareziana y lo escinde en dos partes: “Las huellas del deseo” e “Imposible terciopelo”; 27 y 32 poemas, respectivamente.
Tras los agradecimientos del autor y el comentado prólogo de Illán Conesa, en el que justifica la estructura del libro agrupando los poemas más carnales al principio y los más románticos, después, encontramos un poema de José María Álvarez titulado “El desterrado”, y como su mismo nombre indica, se encuentra fuera del compendio general, por lo que funciona a modo de propedéutica. Ya en este poema podemos apreciar la postura ante la vida de un viajero que asume la muerte como corolario a su existencia, un caminante al que la belleza de una mujer y la degustación de un buen licor hacen de su espera algo más llevadero: «acostumbro a mis ojos a que acepten este paisaje como / el último»; «La vida que amé [...] // A veces sueño si aún / existe».
Es en los versos centrales de este poema donde el autor confiesa una de sus grandes preocupaciones, la paulatina destrucción del mundo: «Mucho me ha costado no / desesperar, / aunque sé que la vida sólo puede / ir ya a peor». Este desasosiego es compartido por poetas como Luis Antonio de Villena, quien también se confiesa amante de lo que Venecia, como último y lacerado bastión de un pasado luminoso, representa al resistir el paso del tiempo como un devaluado símbolo.
La erosión de la inteligencia, los valores, de las Humanidades, la reconfiguración de la moral al ser sometida al molde dictado por el capitalismo, no deja indiferente a aquellos que han vivido y luchado por todas estas virtudes y en ellas reconocen parte de la grandeza del ser humano. El citado Ezra Pound haría lo propio y reflejaría este sentimiento en sus Cantos pisanos, una profunda meditación sobre el lugar que ocupaba en el mundo, tras la guerra, una Europa en ruinas y decadente.
Debido a la certeza de ese acabamiento irrefrenable José María Álvarez desempolva el tópico del carpe diem para decirnos, de manera culturalista y desde la perspectiva de un aristócrata cultista y vitalista, pero también elitista, que debemos disfrutar el aquí y el ahora mientras podamos. En su oda-invitación al deleite de los placeres anacreónticos otros temas se cruzan en su discurso, como el simposio o el bucolismo, pero de entre la riqueza expresiva del autor de Los obscuros leopardos de la luna ( 2010) Illán Conesa se centra en ese carácter erótico y sensual del que son representativos poemas como “El poeta festeja entusiasmado su miembro viril” o “El esplendor perdido”: «Mi corazón aún está abierto / a su gracia a dolescente, / aún puedo sentir su boca en mi cuerpo, / sus infantiles ademanes, / la música de sus pulseras todavía suena / en mis oídos y consuela mis noches».
En algunos pasajes la lascivia recuerda a las orgías que protagonizaban los libertinos personajes de las obras del Marqués de Sade: «Y como aquella virgen núbil, / la imagino complaciéndose / a solas, juguetona, pensando en este o en aquel, / buscando el placer con sus dedos». Las referencias a Horacio, Catulo, Plutarco o Plinio son constantes, pero también el recurso la iconografía cinematográfica: Truffaut, Ophüls , así como personajes consagrados del celuloide amplían un dramatis personae que abarca milenios y diferentes culturas.
Resulta magnífico, dado el enfoque de la antóloga, paladear y contrastar lo expeditivo y contundente de algunos poemas basados en el deseo carnal, con la fragilidad y sensibilidad contenida en ese “Imposible terciopelo” como segundo movimiento de esta sinfonía. El poema que lleva por título “Templar”, el cual inaugura este apartado, posee la suficiencia axiomática de un aforismo: «Qué fantástico momento / cuando en los ojos de una mujer / te has muerto».
Con la belleza de Helena de Troya como pretexto, el poeta nos alecciona acerca de la trascendencia e importancia de lo bello en un mundo de peste, muerte y caos: «Y perecieron. / Y pereció su estirpe. / Sin que ninguno se atreviera / a condenar la Belleza». Destaca un uso antonomásico de la tipografía mayúscula como recurso para marcar y diferenciar los paradigmas cuya polisemia podría hacer que los confundiésemos con los sustantivos. Esta forma de distinguir entre sustantivo y paradigma sirve en el poema titulado “Acuarela romántica” para delimitar las proposiciones no coordinadas ni subordinadas, pues el poeta renuncia en esta latitud a la puntuación ortográfica: «Era el fin de un Verano Quizá mil novecientos / cincuenta y tres / La casa grande de la playa Hemos pasado / la mañana nadando buscando cangrejos».
Según Illán Conesa el título del libro corresponde a uno de los versos de José María Álvarez: `La mirada de la esfinge´, bella metáfora que aglutina en su interpretación la suprema vigilancia de una mujer superior, capaz de destruirnos o glorificarnos, culmen de la belleza capaz de hacernos olvidar nuestra miserabilidad. A su vez, la esfinge representa el nexo con lo exótico, el orientalismo, pero también lo mágico, desconocido y asombroso que se cifra en el arte y los tesoros del mundo.
“Bezahar” es buen ejemplo de esa fascinación por los insólitos hallazgos en territorio extranjero. Colocado como poema de cierre y colofón del libro, en este texto se incardinan los elementos y también las palabras que sirven para traducir a la perfección el significado global de una poética que lejos de agotarse se amplía y barroquiza sin caer en lo hermético:
El oro de la tarde
sobre el mar de tu cuerpo
El crepúsculo ardiendo en tu mirada
El ulular de sirenas de tus entrañas
Nuestras lenguas enlazándose como pájaros suntuosos
Contemplando tu belleza y mi deseo
acepto la vida
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