EL universo poético de Jaime
Siles, una de las voces fundamentales de la generación del
70, se ha ido construyendo desde «el
lenguaje entendido y vivido como
una identidad», desde el convencimiento de que «el poema es la forma más directa de llegar a uno mismo: de comunicar con lo otro, de
ser lo que se es y de serlo sólo con
los demás», y con la convicción también de que «el lector es la verdadera persona poemática producida por
el texto». Todo ello acompañado
por una «voluntad de saber», de ir a
la raíz y de «cantar al ser, aunque la
experiencia más directa sea de la
Nada». Postulados clave expuestos
Lenguaje mansión de Jaime Siles
por Siles de una obra que es un sismógrafo de la existencia y que, tras
haber atravesado diversas temperaturas lingüísticas como la poesía pura, la poesía del silencio, el minimalismo, la embriaguez del lenguaje y
su música; travesía que con una mayor abstracción o concreción ha tenido siempre como brújula lo esencial,
arribó, a partir de Himnos tardíos,
Pasos sobre la nieve, Actos de habla
y Galería de rara antigüedad, a una
poesía plenamente existencial, reflexiva, que adquiere su máxima tensión en los cincuenta y dos poemas
que componen Arquitectura oblicua,
libro publicado por la Fundación José Manuel Lara en su colección Vandalia. El título reproduce –según indica el propio poeta– el empleado
por Juan Caramuel, filósofo, matemático, lingüísta y monje cisterciense español del siglo XVII, discípulo
del importante arquitecto italiano
del siglo anterior Andrea Palladio,
para un texto que juega con los espejismos de la percepción humana a
partir de geometrías perfectas, pero
que no lo son. Y es que, nos dice Jaime Siles, «toda nuestra percepción
de la realidad funciona de ese mismo modo y cuando analizamos la
memoria de nuestro yo, funcionamos de esa misma manera». Percepción que es medular en Arquitectura
oblicua, fruto de una mirada que ve
pero que no sedimenta biografía en
quien contempla. Así al referirse a
unas plantas del jardín de un hospital dice: «Dejo que mis ojos / se sumerjan en ellas e intento seguir / su
rítmico compás: no comprenderlo,
/ porque ya he renunciado a comprender / y aspiro sólo a contemplar
las cosas / no tanto en su ser como
en su devenir / –ese hacerse y deshacerse de las horas / contra el cuerpo
que cada uno es / y en el que ya no
habita –». Y es únicamente el lenguaje, con sus limitaciones, el que gestado por la memoria y la imaginación
hace que el ojo vea más allá de lo
aparente la vela, por ejemplo, de de
una barca que «espejea en destellos /
de diminuta plata». Visión dentro de
la cual actúa el tiempo borrando, parafraseo a Jaime Siles, «visión, barca y
a quien la contempla en la página
blan ca». Tiempo, escribe en otro
poema, que «no es / ni verdad ni
mentira / sino el oscuro envés / del
dolor, que respira». Tiempo incardinado en el espacio que es el ámbito
de la desaparición dentro de la luz,
de la disolución del ser y de la presencia de la muerte. Vida y muerte
respiran por el mismo pulmón en Arquitectura oblicua, hasta el punto de
que la muerte modula el aprendizaje
vital. Hay un diálogo estremecedor
del poeta con ella en el que admitiendo pérdidas y derrotas le dice
que su llegada no podrá vencer a lo
ya vivido ni habitar «el mundo del
amor en cuyas formas / la belleza se
convierte en única verdad».
Dada la aspiración a lo absoluto
de este libro, cobran una especial importancia los elementos de la naturaleza, correlato de las mareas más íntimas del ser humano. El paisaje
siempre está interiorizado, tiene la
temperatura de los pensamientos y
las emociones. La luz es una honda
memoria, «Riman en mi memoria /
tantas cosas / que tenía olvidadas / y
que haces subir a flote tú, / verdecida luz, tú, verdadera / voz de la Oro508
tava». Y las plantas, cuyo nombre no
tiene secretos para Jaime Siles, son
humanizadas hasta sentir dolor: «un
dolor lento / que nace en lo lejano /
y que ellas sienten sólo por su raíz».
Aspiración a lo absoluto que nos coloca fuera del tiempo al trastornar el
sentido del pasado, presente y futuro
mediante su fusión.
Arquitectura oblicua es una poesía
meditativa en la que se implica todo el
yo hasta el extremo de ir más allá de él,
conscientes de que «el yo es lo que
fluye / y la realidad lo que se queda, /
pero entre ambos hay / una tierra de
nadie, / un tiempo ácrono, / un espacio claro / por el que algunas veces
se puede transitar». Un yo despersonalizado en el caso del autor, pues este
se transforma en una persona poemática que no es una prolongación del yo
real, si es que este existe, sino una realidad alumbrada por el lenguaje que
de este modo se universaliza y a través
del verbo hace que «la lectura escriba
a su lector». Autor y lector confluyen
por tanto en una reflexión existencial
que tiene mucho que ver con saber
quiénes son, por conocer su identidad, tema este central en la obra de Siles. Confluencia que se consigue reuniéndose ambos, parafraseo al poeta,
«dentro de un poema / que está dentro del tiempo, / pero que exige un yo
que está fuera de él», con lo que,
entien do, existe una libertad máxima
para el encuentro con el otro en un territorio donde comunicación, conocimiento y comunión con el mundo se
consuman, sabedores, y cito ahora a Siles, «de nuestro propio ser y cómplices
de la nada, porque nos hace asistir a un
doble espectáculo: el de la instantánea
iluminación de la realidad y el de su casi
simultáneo oscurecimiento». Nada: con -
cepto nutricio de este libro que, por
un lado, alude al vacío y, por otro, a la
carencia, pero que durante su lectura
debido a su intensidad y verdad va
crean do un estado de conciencia.
Arquitectura oblicua es una elegía
con latido rilkeano por la transparencia de lo interior y la corporalidad
de lo invisible. Una elegía escrita por
un poeta ya clásico, cuyas fuentes carnales, espirituales y artísticas, su dominio formal y la musicalidad del
verso se entrañan en el leguaje como
mansión del ser.
JAVIER LOSTALÉ.
Jaime Siles, Arquitectura oblicua, Sevilla, Fundación José Manuel Lara, 2020