miércoles, 15 de julio de 2020

JAIME SILES: "ARQUITECTURA OBLICUA"



EL universo poético de Jaime Siles, una de las voces fundamentales de la generación del 70, se ha ido construyendo desde «el lenguaje entendido y vivido como una identidad», desde el convencimiento de que «el poema es la forma más directa de llegar a uno mismo: de comunicar con lo otro, de ser lo que se es y de serlo sólo con los demás», y con la convicción también de que «el lector es la verdadera persona poemática producida por el texto». Todo ello acompañado por una «voluntad de saber», de ir a la raíz y de «cantar al ser, aunque la experiencia más directa sea de la Nada». Postulados clave expuestos Lenguaje mansión de Jaime Siles por Siles de una obra que es un sismógrafo de la existencia y que, tras haber atravesado diversas temperaturas lingüísticas como la poesía pura, la poesía del silencio, el minimalismo, la embriaguez del lenguaje y su música; travesía que con una mayor abstracción o concreción ha tenido siempre como brújula lo esencial, arribó, a partir de Himnos tardíos, Pasos sobre la nieve, Actos de habla y Galería de rara antigüedad, a una poesía plenamente existencial, reflexiva, que adquiere su máxima tensión en los cincuenta y dos poemas que componen Arquitectura oblicua, libro publicado por la Fundación José Manuel Lara en su colección Vandalia. El título reproduce –según indica el propio poeta– el empleado por Juan Caramuel, filósofo, matemático, lingüísta y monje cisterciense español del siglo XVII, discípulo del importante arquitecto italiano del siglo anterior Andrea Palladio, para un texto que juega con los espejismos de la percepción humana a partir de geometrías perfectas, pero que no lo son. Y es que, nos dice Jaime Siles, «toda nuestra percepción de la realidad funciona de ese mismo modo y cuando analizamos la memoria de nuestro yo, funcionamos de esa misma manera». Percepción que es medular en Arquitectura oblicua, fruto de una mirada que ve pero que no sedimenta biografía en quien contempla. Así al referirse a unas plantas del jardín de un hospital dice: «Dejo que mis ojos / se sumerjan en ellas e intento seguir / su rítmico compás: no comprenderlo, / porque ya he renunciado a comprender / y aspiro sólo a contemplar las cosas / no tanto en su ser como en su devenir / –ese hacerse y deshacerse de las horas / contra el cuerpo que cada uno es / y en el que ya no habita –». Y es únicamente el lenguaje, con sus limitaciones, el que gestado por la memoria y la imaginación hace que el ojo vea más allá de lo aparente la vela, por ejemplo, de de una barca que «espejea en destellos / de diminuta plata». Visión dentro de la cual actúa el tiempo borrando, parafraseo a Jaime Siles, «visión, barca y a quien la contempla en la página blan ca». Tiempo, escribe en otro poema, que «no es / ni verdad ni mentira / sino el oscuro envés / del dolor, que respira». Tiempo incardinado en el espacio que es el ámbito de la desaparición dentro de la luz, de la disolución del ser y de la presencia de la muerte. Vida y muerte respiran por el mismo pulmón en Arquitectura oblicua, hasta el punto de que la muerte modula el aprendizaje vital. Hay un diálogo estremecedor del poeta con ella en el que admitiendo pérdidas y derrotas le dice que su llegada no podrá vencer a lo ya vivido ni habitar «el mundo del amor en cuyas formas / la belleza se convierte en única verdad».
     Dada la aspiración a lo absoluto de este libro, cobran una especial importancia los elementos de la naturaleza, correlato de las mareas más íntimas del ser humano. El paisaje siempre está interiorizado, tiene la temperatura de los pensamientos y las emociones. La luz es una honda memoria, «Riman en mi memoria / tantas cosas / que tenía olvidadas / y que haces subir a flote tú, / verdecida luz, tú, verdadera / voz de la Oro508 tava». Y las plantas, cuyo nombre no tiene secretos para Jaime Siles, son humanizadas hasta sentir dolor: «un dolor lento / que nace en lo lejano / y que ellas sienten sólo por su raíz». Aspiración a lo absoluto que nos coloca fuera del tiempo al trastornar el sentido del pasado, presente y futuro mediante su fusión.
     Arquitectura oblicua es una poesía meditativa en la que se implica todo el yo hasta el extremo de ir más allá de él, conscientes de que «el yo es lo que fluye / y la realidad lo que se queda, / pero entre ambos hay / una tierra de nadie, / un tiempo ácrono, / un espacio claro / por el que algunas veces se puede transitar». Un yo despersonalizado en el caso del autor, pues este se transforma en una persona poemática que no es una prolongación del yo real, si es que este existe, sino una realidad alumbrada por el lenguaje que de este modo se universaliza y a través del verbo hace que «la lectura escriba a su lector». Autor y lector confluyen por tanto en una reflexión existencial que tiene mucho que ver con saber quiénes son, por conocer su identidad, tema este central en la obra de Siles. Confluencia que se consigue reuniéndose ambos, parafraseo al poeta, «dentro de un poema / que está dentro del tiempo, / pero que exige un yo que está fuera de él», con lo que, entien do, existe una libertad máxima para el encuentro con el otro en un territorio donde comunicación, conocimiento y comunión con el mundo se consuman, sabedores, y cito ahora a Siles, «de nuestro propio ser y cómplices de la nada, porque nos hace asistir a un doble espectáculo: el de la instantánea iluminación de la realidad y el de su casi simultáneo oscurecimiento». Nada: con - cepto nutricio de este libro que, por un lado, alude al vacío y, por otro, a la carencia, pero que durante su lectura debido a su intensidad y verdad va crean do un estado de conciencia. Arquitectura oblicua es una elegía con latido rilkeano por la transparencia de lo interior y la corporalidad de lo invisible. Una elegía escrita por un poeta ya clásico, cuyas fuentes carnales, espirituales y artísticas, su dominio formal y la musicalidad del verso se entrañan en el leguaje como mansión del ser.

JAVIER LOSTALÉ. Jaime Siles, Arquitectura oblicua, Sevilla, Fundación José Manuel Lara, 2020

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