sábado, 19 de octubre de 2019

ALEJANDRO FONT DE MORA: PRESENTACIÓN EN CASTELLÓN DE "DESPUÉS DEL AMOR", DE VICENTE BARBERÁ ALBALAT





PRESENTACIÓN DEL LIBRO DESPUÉS DEL AMOR
DE VICENTE BARBERÁ.
LIBRERÍA ARGOT. CASTELLÓN 14-10-19.

                  Dice Jaime Siles que “entre sentimiento y poema hay una distancia que solo la consciencia, la voluntad artística y el conocimiento de la técnica poética pueden salvar”. Vicente Barberá posee esas tres cualidades y por eso consigue, con eficacia y hondura lírica, transformar sus sentimientos en poemas: poemas hermosos, conmovedores y siempre técnicamente bien resueltos.
                  He escogido esta frase de Siles porque, además, se refiere en concreto a la poesía amorosa que, como veremos luego, constituye el primum movens de la obra que hoy presentamos y que queda bien patente desde el propio título: Después del amor.
                  Marta Sanz Pastor publicó en 2007 una antología titulada Metapoéticos y sentimentales, en ella se refiere al “reduccionismo didáctico que marca a menudo la lectura de poesía: poesía de la comunicación frente a poesía del conocimiento; poesía autobiográfica frente a poesía ficcional; poesía neorromántica frente a poesía neoclasicista o neoilustrada… poesía de la vida frente a poesía de la palabra”. Pues bien, siguiendo este esquema dicotómico que la antóloga plantea, Vicente Barberá es, creo yo, decididamente hacedor de una poesía de la comunicación, autobiográfica, neorromántica, poesía de la vida y, en definitiva, poesía sentimental, si utilizamos la nomenclatura empleada por Sanz Pastor en su título.
                  La omnipresencia del sentimiento en esta obra no debe engañarnos pensando que se hace en detrimento de la forma. En absoluto; todo lo contrario: Vicente es un autor minucioso, metódico, hasta compulsivo diría yo, en el cuidado del aspecto formal de su obra y, por añadidura, dueño de una gran riqueza léxica. El soneto es la quintaesencia de la expresión formal, los suyos clásicos son perfectos, y los blancos inspirados. Maneja hábilmente cualquier forma estrófica que se plantee y singularmente el soneto como queda dicho. Antonio Mayor ha escrito de Vicente que “es un notable versificador: domina a la perfección el endecasílabo y los sonetos, el romance y otros metros, sin que se arredre ante el verso libre”, palabras que yo suscribo. Al respecto a veces se permite auténticos alardes, como en su obra Sonetos impares, donde al dorso de cada uno de doce impecables sonetos clásicos sitúa otros tantos poemas en verso libre en un ejercicio de auténtica maestría.
                  Una circunstancia biográfica nos debe ocupar ahora porque sin ella no se entiende, o se entiende menos, la obra de Vicente: su tardío inicio en la tarea poética. La han señalado muchos comentaristas de la misma, entre otros Pedro J. de la Peña que, en su excelente prólogo al libro que nos ocupa, escribe: “Vicente Barberá es un poeta tardío cuya obra, sin embargo, ha crecido a una fantástica velocidad que le permite haber publicado ya varios libros y haber ganado un sólido prestigio en el mundo de los poetas”. En efecto, parece como si el instinto poético de Vicente hubiera estado como represado toda su vida, hasta que en un momento relativamente reciente se ha desbordado con torrencialidad.  Vemos así que desde 2014, o sea en seis años, Vicente ha publicado cinco poemarios: De amor y sombras en 2014, Ensayo para un concierto y otros sonetos en 2016, y nada menos que tres obras en 2018: Sonetos impares, Flor en el agua, y la que hoy nos trae aquí: Después del amor.
                  Uno de estos libros, Flor en el agua, me sirve para comentar otro de los rasgos de Vicente: su innata curiosidad intelectual y su afán por transitar nuevos caminos. En efecto, se trata de una obra inspirada en sus dos viajes al Japón en la cual explora las formas estróficas japonesas: el haiku, el tanka, el senryu, y el mondoo. Y todo ello precedido de un esclarecedor estudio de la poesía japonesa que recomiendo encarecidamente y que a mí me ha servido para descubrir que yo, que empecé a escribir haikus a raíz de haber leído los de Borges en los ochenta, no escribía en realidad haikus (tampoco lo hacía Borges, con perdón), sino senryus (una forma menos exigente que el haiku) como Vicente me ha explicado con su habitual sencillez, paciencia y bonhomía.
                   El análisis temático de Después del amor confirma la preeminencia del asunto amoroso, pero permite apreciar, además, interesantes matices como la presencia significativa de lo que podríamos denominar “poética del arraigo”, entendiendo por tal las referencias líricas a la familia o la tierra de origen. Veámoslo en detalle: contamos en el poemario 86 poemas (si los titulados Verás, amor y Verás, mi amor los consideramos desglosados en sus componentes, que podrían funcionar de hecho como 13 poemas autónomos). De los 86, 63 poemas versan sobre amor o desamor, es decir el 73 por ciento de toda la obra, o sea prácticamente tres cuartas partes de la misma.
                    La cuestión del arraigo se encuentra presente en 28 poemas, un 32 por ciento, casi un tercio del libro. Tengamos presente que en un mismo poema pueden hallarse varias temáticas a la vez, de modo que la cuestión de porcentajes es meramente orientativa. Dentro de estos 28 poemas 9 se refieren al amor filial, esencialmente girando en torno a la figura materna, que está presente en poemas a menudo con títulos bien explícitos: Madre, La herida de una madre, Madre yo estaba allí, por ejemplo. La figura paterna aparece en un poema, Cangilones de alegre noria; solo en uno porque como en él escribe Vicente:

                                                  “Perdido entre las sombras de mi infancia
                                                   amaneces borroso memoria”.                                                    
                 
                    Los sentimientos de amor puro hacia la madre se manifiestan con una intensidad y una hondura tales que resultan absolutamente conmovedores, contando con que además se transparentan en ellos las difíciles circunstancias de guerra y postguerra que a Vicente y a su familia les tocó padecer.
                    Esto se ejemplifica sobremanera en el poema titulado De tantas cosas que con permiso de Vicente paso a leerles (leer pág. 36).
                    Referido a la geografía del arraigo hay un elemento ubicuo: la rambla de su localidad natal, Els Ibarsos, que aparece mencionada nada menos que en 19 poemas (22 por ciento del total) y se constituye por ello en un espacio referencial clave en que el poeta sitúa sus primeros, y por ello trascendentes, escarceos amorosos en una adolescencia marcada por la represión sexual característica de aquella época:

                                                  “Sumidos en la necia castidad éramos
                                                    ascuas encendidas.
                                                    Solo un beso furtivo sin apenas mirarnos,
                                                    sin espacio ni noche”.
                                                                                                                Lejos de Khajuraho

               La mirada lírica hacia la rambla es ambivalente. En ocasiones con una lectura de rechazo:
                                                   “Ya no te acuerdas, madre,
                                               de aquella rambla inhóspita
                                               de mudo corazón”.
                                Aquellos versos tristes, como hielo de luna, se fueron para siempre

                y en otras dulcificada por la añoranza del pasado:

                                                “Esclavo y fatigado el viejo roble
                                                  se asoma al terraplén
                                                  de la añorada rambla,
                                                  que contempló caudales de alegría
                                                  hilando en sus rodados cantos
                                                  los besos del pasado imperceptibles”
                                                                                                                         Roble milenario

                Al final discurre por la mitificada rambla una resignada aceptación de un pasado que el poeta ha metabolizado en la delicadeza de su expresión:

                                                “Del corazón del cauce,
                                                  solo el tomillo emerge en el amor
                                                  que un día, sin saberlo,
                                                  prendiste en la solapa de mis sueños”.
                                                                                                    Verás, amor. (Fragmento IV).

                Como contrapunto, voluntario o reflejo, de esta visión poética arraigada en lo local, Vicente nos abre también en esta obra un abanico cosmopolita: 10 poemas (el 11,6 por ciento) tienen que ver o se localizan en lugares tan dispersos por la geografía mundial como la India, Chile (isla de Pascua), EEUU, Uganda, Argentina y México (estos dos últimos con tres poemas cada uno). Y ello con rasgos muy variados. Por ejemplo, los tres poemas argentinos tienen un predominante color local, como se desprende de sus títulos: Bendito tango, Bandoneón y Buenos Aires. El poema Lejos de Khajuraho, solo explicita la referencia a tan exótico lugar de la India (famoso por los relieves de alto contenido erótico) únicamente en el título, pero éste es esencial en el poema ya que le sirve a Vicente para contraponerlo al resto del texto que se refiere a la pacata sexualidad de la sociedad de su época de joven (ver antes).
                Hablaba Siles de la “voluntad artística” como elemento fundamental para el tránsito desde el sentimiento al poema. Sin duda Vicente Barberá ha ejercitado con denuedo y éxito dicho requisito, lo que le ha permitido en pocos años cosechar una obra notable y atractiva y, además, ser un auténtico “agitador” del panorama poético valenciano a través de las múltiples actividades en las que participa o que organiza. El mismo reconoce ese esfuerzo de voluntad en el prefacio de su obra De amor y sombras: “Este trabajo es el resultado de varios años de aprendizaje y rectificaciones”, y añade: “Es, pues, un trabajo lento y de concienzudas revisiones”.
                Ese trabajo duro pero gratificante, nos da hoy el fruto sabroso de este Después del amor, que si, para finalizar, hubiera que sintetizarlo en tres únicos versos, al modo japonés, podría hacerse utilizando dos senryus del propio Vicente. El primero dice:

                                                       “Melancolía.
                                                            Contemplo en el espejo
                                                      tiempos pasados”.
                 Y el otro:

                                                      “Solo, esperando
                                                            que vuelva la dulzura
                                                      de su mirada”.

                A los que yo me atrevería a añadir éste de mi propia cosecha:

                                                     “Ved al poeta:
                                                           con oro de palabras
                                                     paga su vida”.

                  Si esto fuera así, querido Vicente, tú estás pagando la tuya con oro de dieciocho quilates.
                 
                 Muchas gracias por su atención.
                                                                                                       Alejandro Font de Mora

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