PRESENTACIÓN DEL LIBRO DESPUÉS DEL AMOR
DE VICENTE BARBERÁ.
LIBRERÍA ARGOT. CASTELLÓN 14-10-19.
Dice Jaime Siles que “entre
sentimiento y poema hay una distancia que solo la consciencia, la voluntad
artística y el conocimiento de la técnica poética pueden salvar”. Vicente Barberá posee esas tres
cualidades y por eso consigue, con eficacia y hondura lírica, transformar sus
sentimientos en poemas: poemas hermosos, conmovedores y siempre técnicamente
bien resueltos.
He escogido esta frase de Siles porque, además, se refiere en concreto a la
poesía amorosa que, como veremos luego, constituye el primum movens de
la obra que hoy presentamos y que queda bien patente desde el propio título: Después
del amor.
Marta Sanz Pastor publicó en 2007
una antología titulada Metapoéticos y sentimentales, en ella se refiere
al “reduccionismo didáctico que marca a menudo la lectura de poesía:
poesía de la comunicación frente a poesía del conocimiento; poesía
autobiográfica frente a poesía ficcional; poesía neorromántica frente a poesía
neoclasicista o neoilustrada… poesía de la vida frente a poesía de la palabra”.
Pues bien, siguiendo este esquema dicotómico que la antóloga plantea, Vicente Barberá es, creo yo,
decididamente hacedor de una poesía de la comunicación, autobiográfica,
neorromántica, poesía de la vida y, en definitiva, poesía sentimental, si
utilizamos la nomenclatura empleada por Sanz
Pastor en su título.
La omnipresencia del sentimiento en esta obra no debe engañarnos pensando que
se hace en detrimento de la forma. En absoluto; todo lo contrario: Vicente es
un autor minucioso, metódico, hasta compulsivo diría yo, en el cuidado del
aspecto formal de su obra y, por añadidura, dueño de una gran riqueza léxica.
El soneto es la quintaesencia de la expresión formal, los suyos clásicos son
perfectos, y los blancos inspirados. Maneja hábilmente cualquier forma
estrófica que se plantee y singularmente el soneto como queda dicho. Antonio Mayor ha escrito de Vicente que
“es un notable versificador: domina a la perfección el endecasílabo y los
sonetos, el romance y otros metros, sin que se arredre ante el verso libre”,
palabras que yo suscribo. Al respecto a veces se permite auténticos alardes,
como en su obra Sonetos impares, donde al dorso de cada uno de doce
impecables sonetos clásicos sitúa otros tantos poemas en verso libre en un
ejercicio de auténtica maestría.
Una circunstancia biográfica nos debe ocupar ahora porque sin ella no se entiende,
o se entiende menos, la obra de Vicente: su tardío inicio en la tarea poética.
La han señalado muchos comentaristas de la misma, entre otros Pedro J. de la Peña que, en su
excelente prólogo al libro que nos ocupa, escribe: “Vicente Barberá es un poeta tardío cuya obra, sin embargo, ha
crecido a una fantástica velocidad que le permite haber publicado ya varios
libros y haber ganado un sólido prestigio en el mundo de los poetas”. En
efecto, parece como si el instinto poético de Vicente hubiera estado como
represado toda su vida, hasta que en un momento relativamente reciente se ha
desbordado con torrencialidad. Vemos así que desde 2014, o sea en seis
años, Vicente ha publicado cinco poemarios: De amor y sombras en 2014, Ensayo
para un concierto y otros sonetos en 2016, y nada menos que tres obras en
2018: Sonetos impares, Flor en el agua, y la que hoy nos trae
aquí: Después del amor.
Uno de estos libros, Flor en el agua, me sirve para comentar otro de los
rasgos de Vicente: su innata curiosidad intelectual y su afán por transitar
nuevos caminos. En efecto, se trata de una obra inspirada en sus dos viajes al
Japón en la cual explora las formas estróficas japonesas: el haiku, el tanka,
el senryu, y el mondoo. Y todo ello precedido de un
esclarecedor estudio de la poesía japonesa que recomiendo encarecidamente y que
a mí me ha servido para descubrir que yo, que empecé a escribir haikus a
raíz de haber leído los de Borges en los ochenta, no escribía en realidad haikus
(tampoco lo hacía Borges, con perdón), sino senryus (una forma menos
exigente que el haiku) como Vicente me ha explicado con su habitual
sencillez, paciencia y bonhomía.
El análisis temático de Después del amor confirma la preeminencia del
asunto amoroso, pero permite apreciar, además, interesantes matices como la
presencia significativa de lo que podríamos denominar “poética del arraigo”,
entendiendo por tal las referencias líricas a la familia o la tierra de origen.
Veámoslo en detalle: contamos en el poemario 86 poemas (si los titulados Verás, amor y Verás, mi amor los
consideramos desglosados en sus componentes, que podrían funcionar de hecho
como 13 poemas autónomos). De los 86, 63 poemas versan sobre amor o desamor, es
decir el 73 por ciento de toda la obra, o sea prácticamente tres cuartas partes
de la misma.
La cuestión del arraigo se encuentra presente en 28 poemas, un 32 por
ciento, casi un tercio del libro. Tengamos presente que en un mismo poema
pueden hallarse varias temáticas a la vez, de modo que la cuestión de
porcentajes es meramente orientativa. Dentro de estos 28 poemas 9 se refieren
al amor filial, esencialmente girando en torno a la figura materna, que está
presente en poemas a menudo con títulos bien explícitos: Madre, La herida de
una madre, Madre yo estaba allí, por ejemplo. La figura paterna aparece en
un poema, Cangilones de alegre noria; solo en uno porque como en él
escribe Vicente:
“Perdido entre las sombras de mi infancia
amaneces borroso memoria”.
Los sentimientos de amor puro hacia la
madre se manifiestan con una intensidad y una hondura tales que resultan
absolutamente conmovedores, contando con que además se transparentan en ellos
las difíciles circunstancias de guerra y postguerra que a Vicente y a su
familia les tocó padecer.
Esto se ejemplifica sobremanera en el
poema titulado De tantas cosas que con permiso de Vicente paso a leerles
(leer pág. 36).
Referido a la geografía del arraigo hay
un elemento ubicuo: la rambla de su localidad natal, Els Ibarsos, que aparece
mencionada nada menos que en 19 poemas (22 por ciento del total) y se
constituye por ello en un espacio referencial clave en que el poeta sitúa sus
primeros, y por ello trascendentes, escarceos amorosos en una adolescencia
marcada por la represión sexual característica de aquella época:
“Sumidos en la necia castidad éramos
ascuas encendidas.
Solo un beso furtivo sin apenas mirarnos,
sin espacio ni noche”.
Lejos
de Khajuraho
La mirada lírica hacia la rambla es ambivalente. En ocasiones con una
lectura de rechazo:
“Ya no te acuerdas, madre,
de
aquella rambla inhóspita
de
mudo corazón”.
Aquellos versos tristes, como hielo
de luna, se fueron para siempre
y en otras dulcificada por la añoranza del pasado:
“Esclavo y fatigado el viejo roble
se asoma al terraplén
de la añorada rambla,
que contempló caudales de alegría
hilando en sus rodados cantos
los besos del pasado imperceptibles”
Roble
milenario
Al final discurre por la mitificada rambla una resignada aceptación de
un pasado que el poeta ha metabolizado en la delicadeza de su expresión:
“Del corazón del cauce,
solo el tomillo emerge en el amor
que un día, sin saberlo,
prendiste en la solapa de mis sueños”.
Verás, amor. (Fragmento
IV).
Como contrapunto, voluntario o reflejo, de esta visión poética arraigada en lo
local, Vicente nos abre también en esta obra un abanico cosmopolita: 10 poemas
(el 11,6 por ciento) tienen que ver o se localizan en lugares tan dispersos por
la geografía mundial como la India, Chile (isla de Pascua), EEUU, Uganda,
Argentina y México (estos dos últimos con tres poemas cada uno). Y ello con
rasgos muy variados. Por ejemplo, los tres poemas argentinos tienen un
predominante color local, como se desprende de sus títulos: Bendito tango,
Bandoneón y Buenos Aires.
El poema Lejos de Khajuraho, solo explicita la referencia a tan exótico
lugar de la India (famoso por los relieves de alto contenido erótico)
únicamente en el título, pero éste es esencial en el poema ya que le sirve a
Vicente para contraponerlo al resto del texto que se refiere a la pacata
sexualidad de la sociedad de su época de joven (ver antes).
Hablaba Siles de la “voluntad artística” como elemento fundamental para el
tránsito desde el sentimiento al poema. Sin duda Vicente Barberá ha ejercitado con denuedo y éxito dicho requisito,
lo que le ha permitido en pocos años cosechar una obra notable y atractiva y,
además, ser un auténtico “agitador” del panorama poético valenciano a través de
las múltiples actividades en las que participa o que organiza. El mismo
reconoce ese esfuerzo de voluntad en el prefacio de su obra De amor y
sombras: “Este trabajo es el resultado de varios años de aprendizaje y
rectificaciones”, y añade: “Es, pues, un trabajo lento y de concienzudas
revisiones”.
Ese trabajo duro pero gratificante, nos da hoy el fruto sabroso de este Después
del amor, que si, para finalizar, hubiera que sintetizarlo en tres únicos
versos, al modo japonés, podría hacerse utilizando dos senryus del propio
Vicente. El primero dice:
“Melancolía.
Contemplo en el espejo
tiempos
pasados”.
Y el otro:
“Solo,
esperando
que vuelva la dulzura
de su mirada”.
A los que yo me atrevería a añadir éste de mi propia cosecha:
“Ved al poeta:
con oro de palabras
paga su vida”.
Si esto fuera así, querido
Vicente, tú estás pagando la tuya con oro de dieciocho quilates.
Muchas gracias por su atención.
Alejandro Font de Mora
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