viernes, 18 de octubre de 2019

JOAQUÍN JUAN PENALVA EN POETAS EN EL ATENEO



Ciudad demente

No lejos de allí, a unos doscientos kilómetros,
cerca de Ciudad Rodrigo, Wellington
cuya espalda protege Portugal y la flota inglesa
que navega el Atlántico– espera una batalla.
Juan Luis Panero

El rey José se despide
para siempre
de una ciudad extraña,
vacía,
llena de monumentos
y de la ruina
de su guerra.

Lleva tres días
en el lugar
y no ha conocido
a ningún salmantino:
Todos estamos muertos”,
dijo alguien.

Para animar al monarca
en el día de su partida,
un joven oficial francés
soltó a todos los locos
de la Casa de Dementes
para que se pasearan
por las calles desiertas.

Vagaron a sus anchas
por las orillas del Tormes
y desconcertaron al pequeño
Bonaparte
con sus miradas perdidas
y sus gestos obscenos.

Cuando la comitiva regia
cruzó el Puente Romano,
los cascos de los caballos
franceses
llevaban consigo la tierra
que fueron
los monasterios
de San Vicente, San Cayetano,
San Agustín, La Merced,
la Penitencia y San Francisco;
en sus herraduras
marcharon también
los colegios mayores
de Cuenca,
Oviedo, Trilingüe
y Militar del Rey;
por no hablar
del Hospicio,
la Casa Galera
y las calles Larga, de los Ángeles,
de Santa Ana, de la Esgrima
y de la Sierpe.

El terremoto de Lisboa
no fue tan devastador
para Salamanca
como los franceses.

Entonces le hablaron
al rey José
de un tal Arthur Wellesley,
duque de Wellington,
y dijeron no sé qué de Portugal,
pero apenas presté atención
y la fijé toda
en uno de aquellos salmantinos
alucinados
de aspecto venerable
después lo identificaron
como un antiguo catedrático
de la Universidad–
al que oí aullar:

¿Ha regresado Aníbal?
¿Dónde están los elefantes?”.

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