Presentación de Lucas Luna, de Vicente Barberá Albalat.
—Decir, en primer
lugar, que me siento acomplejado por los currículos de las personas que me
acompañan hoy en este sofá. Yo seguiré mi guión; como me pierda, me encuentran ustedes
en la Rambla dels Ibarsos.
—Me imagino a
nuestro amigo Vicente, rodeado de pos-its y poniendo orden como si de un enorme
puzle se tratara, para encajar todas esas ideas y mensajes que se le agolpan, y
plasmarlas en una novela: UN GRAN TRABAJO, para deleite de los lectores. ¡Hay que
leer! Esta novela tienen que leerla. Les diré que en los primeros capítulos,
hizo que me acordara de aquella sentencia de Teresa de Cepeda y Ahumada, muy aplicable hoy en día: «Si lees, conduces;
si no lees, te conducen». Leer te da criterio, pero no para tener la razón y
enquistarte en tus verdades, sino para tener dudas razonadas: empatía.
—Lucas Luna es
una novela costumbrista y psicológica.
Costumbrista, en cuanto que nos narra
una historia en una determinada época y sus personajes y escenarios. Vicente es
un enamorado de su tierra: Els Ibarsos, Morella, El Maestrazgo, y La Vallivana,
en particular. Un ferviente creyente de brujas y exorcismos…Y Gallos. Y hasta
aquí puedo leer.
Psicológica, porque bucea en el alma de
los personajes. No me extrañaría que fueran personajes reales a los que ha
cambiado el nombre para no herir susceptibilidades. Yo me pido ser como el tío
Angelino.
En cuanto al estilo, utiliza en profusión el
denominado ausente – presente, que estuvo de moda en aquellas películas de Arte
y Ensayo que se proyectaba en salas especiales para el público más cinéfilo y
crítico.
—¿Quién es Lucas
Luna? Es educador, poeta (no se pierdan la carta de Ángeles «Una semana sin ti»:
«Me invade la soledad y la melancolía me hace daño» O, en otro capítulo, cuando
quiere describir a una buena moza: «Su cuerpo, magnolia derretida y girasol
dorado, se inclinaba perfumando y se entregaba a las olas del viento»), viajero
empedernido (Podría ser un guía turístico internacional). Se atreve con la
física cuántica cuando nos habla del sueño, de otros mundos, y se vuelve
filósofo «en la curiosa reunión de aniversarios» cuando razona sobre la
objetividad, subjetividad y la verdad. Todo esto ¿les dice algo?¿Les suena? Con
permiso de Vicente, y sin quitarle la parte de inventiva, yo diría que es una
obra semiautobiográfica. De todas formas, al final, cuando nos hable el autor,
tendrá el derecho de réplica.
Aunque toda la
obra es un compendio de prosa poética con deliciosas historietas, como ya lo
conocemos como poeta, yo destacaría su originalidad: «Miré al cielo que me
parecía un enorme croissant de nubes amancebadas».
Sigue siendo original
cuando habla del amor: «El hidrógeno y el oxígeno se unen para formar agua».
Aunque hay momentos en que nos habla de un amor más carnal; abiertamente de deseo,
de sexo explícito. Por momentos me ha recordado al que fuera marido de Marilyn
Monroe, Henry Miller con «Trópico de Cáncer» y «Trópico de Capricornio». Sin
embargo, al fondo del amor de Lucas
Luna, aun en las escenas más tórridas, siempre encontramos un soplo de
espiritualidad, de sentimientos puros.
Y Sorpresa. De
pronto me encuentro con un capítulo sin signos de puntuación, pero no lo he
notado hasta llegar a la mitad. No sé si es un experimento innovador o -------
. Me ha recordado al Nobel de literatura portugués José Saramago en «El evangelio según Jesucristo». Aunque no sé si
sería del agrado de un corrector ortotipográfico.
Por último, decir
que Vicente, aparte de todas las virtudes que se han resaltado, es una persona, sencilla, humilde y accesible; tres grandes
virtudes.
José María Canós
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