(...)
El sonido duraba como unos diez segundos y luego desaparecía.
Aquella noche lo escuchamos dos veces, pero mi abuela decía que, en ocasiones,
no la dejaba dormir. Lo cierto es que yo no me hubiera quedado allí solo y
pensé que debíamos darlo a conocer para pedir ayuda. Así lo hicimos, pese a su
resistencia, y el fin de semana siguiente dejamos la puerta de la calle abierta
y el cura, Juan y yo subimos al cuarto para ver si, de nuevo, se oía el toc-toc. La escalera de acceso y la
planta baja estaban llenas de gente esperando el acontecimiento. Y aquella
noche pasó algo muy extraño: nadie oyó nada excepto yo. Cuando desperté al
señor cura, que venía preparado con el hisopo para bendecir el lugar por si el
ruido era debido a algún demonio, ya no se escuchaba. Así que el parte oficial
fue que no pasó nada. Eran elucubraciones mías y de mi abuela. Más valdría que
dejáramos de alarmar a la gente.
(...)
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