miércoles, 12 de junio de 2019

HOMENAJE A JOAQUÍN RIÑÓN: ADHESIONES. CARLOS RIÑÓN

HOMENAJE A JOAQUÍN RIÑÓN
ADHESIONES


AMPLIACIÓN DEL PROGRAMA HOMENAJE A JOAQUÍN RIÑÓN REY
13 DE JUNIO DE 2019

RELACIÓN DE CANCIONES QUE INTERPRETARÁ LA SOPRANO MARÍA VELASCO, 
HIJA DE JOAQUÍN, Y EL PIANISTA JUAN ANTONIO RECUERDA.





1- MALINCONIA, NINFA GENTILE  de V. Bellini.
2- Ne poy crasaviza pri mne de S. Rachmaninov.
3- Wie Melodien zieht es mir de J. Brahms.
4- Lied der Mignon de F. Schubert.
5- Zueignung de R. Strauss


3.- CARLOS RIÑÓN

Estocolmo, 11 de junio de 2019.

Por motivos personales vivo en el extranjero desde hace más de trece años y no he podido disfrutar de mis padres como yo hubiera querido en los últimos años. Su pronta desaparición me deja un vacío en el corazón pero me llenan la memoria de recuerdos y pasajes que me transportan melancólicamente en un limbo que roza el placer y la incertidumbre.
            En las líneas que abajo escribo, intento describir un día cualquiera de mi padre, como yo lo recuerdo, como yo me lo he imaginado decenas de veces ante su viudedad, injustamente temprana.
            Era un hombre de rutinas sencillas y corazón bondadoso. Yo, su hijo Marcos, ante mi ausencia en su homenaje, quisiera compartir estas letras con vosotros desde una visión familiar y romántica del que siempre será vuestro amigo, mi padre y el poeta de todos los que tengan el placer de leerlo.

Mi padre, el último fumador de Boncalo.
Recuerdos enlazados en mi memoria desde la distancia.
De su hijo Marcos.

Quino no estaba seguro de si fue el claxon de un coche esta vez o el grito de algún borracho tardío lo que hizo que perdiera el vago sueño que le mantenía débilmente atado a la cama esa mañana de un día cualquiera.
            La luz se asomaba lánguidamente por los huecos de la persiana de plástico dibujando un reflejo vespertino y renqueante sobre la pared del dormitorio. Pared en la que se podía ver dibujada una extraña silueta que rompía la monotonía de puntos y rayas proyectados, y que describía que el paso del tiempo no solo penalizaba a los allí vivientes, sino a todo lo que en esa habitación se hallaba ya largamente madurado.
            Con minuciosa armonía mi padre agarró el paquete de cigarrillos y alargó uno hacia sus labios, al tiempo que activaba el encendedor.
            Una prisa calmada hacía denotar que el aire respirado no saciaba su existencia y la breve ansiedad percibida con los primeros rayos de sol, solo podía ser apaciguada por la combustión del pitillo mezquino.
            Una breve mueca en su cara trataba, tras las primeras caladas, de conseguir una humilde sonrisa al tiempo que percibía que el dragón, reflejo de la persiana rota, se había desvanecido convirtiéndose en una insignificante raya que apenas merecía atención.
            El leve hilo que le mantenía atado a la cama se había deslumbrado haciendo que fuera relativamente fácil pararse junto a la ventana para ponerse a buscar con curiosidad a través de los huequecitos de la persiana algo que le hiciera ver que la vida ya había comenzado ese día.
            Una vez en la cocina el ritual de la preparación del desayuno siempre comenzaba igual:  unas cucharaditas de copos de avena sobre un cacito de acero esmaltado mezclados con agua y sin sal.
            —La sal no es buena para la tensión —se repetía con frecuencia.
            Evadirse entre el silencio de la mañana era parte de su rutina, un silencio apenas roto por los golpecitos de la cuchara contra el cazo removiendo la masa parda y esta haciendo orquesta con el burbujeante hervor espeso de la avena.
            La mirada se perdía entre las rendijas de las láminas de la galería, ensimismado, casi cegado por los rayos del día que se asomaban zigzagueando entre el baile de la ropa colgada movida por el viento y la brisa.
            El movimiento de muñeca era constante, técnicamente perfecto, al filo de la línea de entre quemarse la punta de los dedos por la llama de la cocina de gas o de soltar la cuchara apenas sujeta por la punta de tres dedos de la mano derecha.
            En la mano izquierda un Boncalo en ebullición se balanceaba estrangulado entre dos dedos, que acompañaban a una mano que agarraba con firmeza dudosa el mango del cazo.
            Al cabo de media hora el ritual había concluido. Un manchadito de café sobre leche de arroz completaban la ingesta.
            —La leche de arroz es muy buena —se repetía.
            El pitido punzante de las horas en punto bullía del aparato de radio situado en el dormitorio, le seguía una musiquilla vivaz marcando así el paso a los titulares de las noticias siempre importantes, dibujadas en las ondas con tono destacado por un locutor matutino.
            La distancia entre las habitaciones convertían las palabras en un murmullo repetitivo y monótono a veces pisoteado por una melodía tintineante que intentaba causar en el locutor una sensación de intriga curiosa por absorber lo que allí se decía.
            Desde el cuarto de baño mi Padre alargaba el cuello en posición felina con un ligero giro de cabeza para tratar de descifrar el jeroglífico que percibía a través de los muros y puertas.
            —Las dichosas pilas —pensó sacudiendo la cabeza—. Tengo que hacerme una lista de todas las cosas que tengo que hacer, mira que Sefita siempre me lo decía —se dijo a sí mismo.
            Le costaba hacerse a su nueva vida sin su difunta esposa, cada día, cada momento que respiraba, cada calada que le pegaba al cigarrillo, cada paso que daba iban siempre con su Sefita. No podía dejar a Sefita en el olvido y aunque siempre, durante sus casi cincuenta años de convivencia le había llamado Sefa, ahora Sefita era su mujer; ese diminutivo la mantenía más cerca aún, si cave, del corazón y del alma.
            En recuerdo de mi Padre, siempre en mi corazón.
            Marcos Riñón.

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