DESPUÉS DEL AMOR
Vicente
Barberá Albalat practica una poesía en la que cada verso ocupa
un espacio fundamental en el todo del poema. Es por ello que entiende
el trabajo versal como una aportación basada en las normas clásicas
de la acentuación y de la métrica; vocación de orfebre que es
conocedor de que antes de los museos se hallan los talleres y sus
catálogos de destrezas. El ritmo como paraíso y no como oasis, la
importancia y sugerencia de la música.
Y Vicente
canta en voz baja, no le es necesario volumen ni gorgorito, pues su
palabra sencilla conforma con naturalidad un discurso bello al tiempo
que profundo; sutileza de la emoción, expresión clara de aquello
que sucede y se dice sin aspaviento.
Después
del amor, nos envuelve en una
especie de cantata cuyas voces se acompañan de música sobria en
estructura y color, sin artificios, sin fugas, buscando las armonías
en el tiempo ya acontecido, y las melodías en el horizonte de lo que
está por venir.
El
tono elegíaco de algunos de sus poemas, no es en el discurso de
Vicente obstáculo para que en su sustancia fluya la luz de la
esperanza; claridad heredada de aquellos pueblos que descubrieron el
mar y el misterio del tiempo en el vaivén espumoso de la ola.
El
poeta nos acerca su visión de la realidad iluminado, desasido de
armaduras, con la lección bien aprendida y los mensajes revelados;
la vida es esto que se vive, nos viene a decir sin mayor molestia.
Vicente dice como mira, con la plácida elegancia de un mediterráneo
antiguo que sabe navegar y arribar a puertos seguros y, por qué no,
también a otros más aventurados.
La
poesía de Vicente no es en ningún caso queja, sino conciencia del
existir, contexto y aceptación, camino y huella.
Celebremos
pues este momento y tantos otros que nos llenan de alegría.
Ahondemos en la magia serena de la palabra, esta vez de la mano de un
poeta que apuesta por la transparencia y calidez de la imagen nítida.
Y
ya doy paso a Joaquín Juan Penalva, un valor más que seguro
en toda presentación literaria que se precie.
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