jueves, 6 de febrero de 2020

JOSÉ MARÍA ÁLVAREZ EN POETAS EN EL ATENEO EL DÍA 18



EN UN HOTEL DE GINEBRA


 «El día muere; una lluvia fina
Apaga la lumbre del poniente»
THÉOPHILE GAUTIER
                                                                                         

                                                                                                   Para mi maestro Ludwig von Mises
        

En el capítulo XXVI de sus Memorias
Casanova cuenta cómo un día feliz, en una habitación
de “Las Balanzas», después de haber gozado
los encantos del amor de Henriette, ésta había escrito
en el cristal de una ventana
con la punta de un diamante que él le había regalado
estas palabras melancólicas:
“Tú también olvidarás a Henriette”.

No la he olvidado —dice Casanova—.
Y ya blanca mi cabeza, su recuerdo
aún es un bálsamo para mi corazón.

Muchos años después, en el capítulo
LXXIII, 20 de Agosto
de 1760, anciano ya, y harto,
da con sus huesos Casanova
de nuevo en ese hotel.
Cuando abstraído se acerca a la ventana
la tibia luz del día ilumina esas palabras
escritas trece años
antes: Tú también
olvidarás a Henriette.
Se me erizaron los cabellos —dice Casanova—.
Comparé el que ahora era, con el de aquellos días.
Y escribe entonces algo prodigioso:
Aunque aún es capaz de amar, “ya no tenía
los sentimientos que justificarían
el extravío de mis sentidos”.

Los sentimientos... La emoción... Ah, mi muy querido,
mi muy venerado, mi muy entrañable
Giacomo Casanova. Con qué absoluta claridad
estás diciéndonos que nada
imperecedero hay en la carne, nada
memorable, sin ese
amor que vuelve el cuerpo brasas,
esa locura que se apodera de nuestra alma
ante determinados, y no otros,
seres; ese desenfreno
de nuestros sentidos, que nunca satisfacen
su anhelo; ese vivir tan sólo
por la mirada de unos ojos.
Y cómo la lija de la vida
lo que va arrasando no es la furia, el vigor
de nuestro cuerpo—en cuántos lechos
con cuantos cuerpos hermosísimos
conocerías todavía un arrebato
que el día siguiente olvidará—, sino
esa ciega alegría, ese talento
para enamorarnos, para hechizarnos,
ese seísmo sagrado con que el amor nos funde,
nos aniquila y nos da vida, ese milagro
cuya visión ya nunca olvidaremos.

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