miércoles, 11 de octubre de 2017

MARÍA TERESA ESPASA EN POETAS EN EL ATENEO



LA CASA DEL ABUELO
                                   A  mi abuelo Quico el Neveter

Subo con cautela la pequeña pendiente
que se oculta en el aljibe. Un aire de abandono
merodea por el jardín de la infancia.

¡La casa del abuelo!

Años ocultos bajo esta tierra roja
que socava los almendros.
Sombras que en la noche
guardan para sí tu cansancio y mi esperanza.

Tiempo inútil como inútiles fueron
los collares de jazmín en las tardes de verano.

Después de tantos días felices,
pocas cosas sobreviven al disfraz
y al engaño:

- el sabor ácido de la hierba,
los pinos,
las palmeras… -

Otras, en cambio, por treinta monedas
se han perdido.

Miro con pesar a todas partes
y alcanzo los escalones de piedra,
último obstáculo hasta llegar a la Mongolia.

Invitándome a quebrantar
testamentos inducidos,
cede la puerta a impulsos de los dedos.

Intenta la oscuridad detener mis pasos
bajo el quicio de la puerta,
pero el magnetismo que sobre mí ejercen
el azar y el instinto
me empujan al interior. Una negritud
que anula cualquier sombra,
contrasta con la tarde
esplendorosa
que dejo a mis espaldas.
Primero una cerilla,
después bujías, ya gastadas, que desde el fogón
salen a mi encuentro
iluminando el recinto.

Un soplo de luz alumbra la repisa
y descubro, no sin desconcierto,
caras infantiles que sonríen inocentes
desde el cartón de un retrato.

Con cierta torpeza
avanzo entre los muebles
hasta llegar al ventanal
desde donde puedo palpar las luces
que centellean en la costa.

Y en el tiempo de un relámpago,
una furiosa lluvia,
quizás reflejo del pensamiento,
azota sin tregua el caserón.

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