Anthony Devas |
EL SUEÑO DE JOSEFINA
Recostadita
en un árbol
descansaba
Josefina,
mientras
surcando los vientos
remontando
cualquier pino,
un
montón de golondrinas
buscaban
su golondrino.
De
sus primorosas manos,
pendíale
etiquetado
un
paquete de anacardos,
comprados
en Mercadona
y
de la marca Hacendado
Entre
amapolas y cardos
dormida
quedó la niña;
mientras
que arriba y a saltos,
desde
la copa de un árbol,
le
excrementaba una ardilla.
Camino
del Ampurdán
por
un sendero enlodado,
en
un brioso alazán
apareció
Don Bernardo.
Vestía
rico jubón,
parapeto,
yelmo y mallas,
y
por no llevar calzón,
a
no ser que te asomarás
no
se le veía nada.
Don
Bernardo al ver la niña,
apeose
del corcel,
subió
la costosa cuesta
y
nada más llegó arriba,
cayó
rendido a sus pies…
mas
rendido de apetito,
pues
al parecer llevaba
varios
días sin comer.
Al
mirar a Josefina,
de
su belleza prendado,
dijo
el caballero ¡Hala!
vaya
tía me he encontrado.
Ajena
a lo que ocurría,
durmiendo
sueños de plata,
nuestra
bella Josefina
cual
ceporra dormitaba.
A
Don Bernardo la mente,
se
le ofuscó de repente;
ardió
el deseo en su pecho
y
el apetito en el vientre.
Su
mano experimentada
sinuosa
cual serpiente,
se
deslizó por la falda
y
sin poder contenerse,
aturdido;
obnubilado,
se
aproximó con cuidado;
y
sin más contemplación,
el
indigno Don Bernardo,
a
la bella Josefina
le
robó los anacardos.
La
bolsa quedó vacía,
ensuciando
el verde prado,
pues
papelera no había
donde
tirarla Bernardo.
¡Pobrecita
Josefina
que
disgusto se llevó
al
ver la bolsa vacía
cuando
por fin despertó!
(Julio
Garcerá Sáez)
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