Ricard Bellveser
XXXIII
No dejes que en mis sueños el olvido
empiece a consumir las suaves horas
que fueron alegría en tu mirada
y me dieron amor en cada instante.
En tu presencia eran un remanso
los incesantes gritos de la vida.
Como un río corrían tus silencios
en el cobijo oculto de la noche.
Venías del trabajo tan rendido,
con tanto peso en tus ajados hombros,
que daba pena verte en la penumbra.
Y no recuerdo, padre, la caricia
(me la diste tal vez desde tus ojos),
que selló para siempre nuestro abrazo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario