RICARDO
LLOPESA
Por
Blas, me acabo de enterar de la muerte de Ricardo Llopesa, gran persona y erudito
en poesía, especialmente de la obra de Rubén Darío, paisano suyo, como es
sabido.
Tuve la inmensa suerte de conocerlo
cuando nos reunía a un grupo de aficionados —sigo siéndolo— que intentábamos
componer poemas. En un rincón oscuro e incómodo de un bar de la Plaza del
Ayuntamiento de Valencia, entre ruidos que a veces enturbiaban la comunicación,
nos corregía y animaba a seguir con una paciencia y sencillez prodigiosa. Sus
observaciones eran precisas y sabias en el sentido lato de la palabra.
Los dos primeros libros de EL
LIMONERO DE HOMERO fueron editados por la editorial Instituto de Estudios
Modernistas, desde la que ilusionó a muchos vates, sobre todo a los que se
iniciaban en el arte de las musas. En el primero de esos dos libros nos
obsequió con un prólogo generoso del que copiamos este párrafo: «Son distintos
a ellos mismos y los demás. Son cultos y exquisitos. Se exigen mucho. Eso los
hace ser un grupo que sin agitar bandera sabe adónde se dirige». Más adelante
se refiere a una «unidad heterogénea» como cualidad relevante del grupo. Por él
me enteré de que mi estilo era «fluido y despejado de retórica». Con motivo de
una visita al grupo —y lamento haber perdido entre los laberintos del ordenador
las fotografías que tenía de las veces que estuvimos juntos— escribe una carta
—que sí poseo— en la que describe algunos aspectos de nuestra personalidad. De
mí escribe: «Es el poeta de la alegría. Sus poemas parecieran escritos bajo la
consigna de Lope, para quien los poemas de amor debían escribirse en
redondillas y en romance los festivos». Gracias querido Ricardo, por tanta
generosidad.
En 2011, con motivo del éxito
obtenido con nuestro primer libro de EL LIMONERO DE HOMERO, Ricardo se ofreció
a cocinar para nosotros una comida típica nicaragüense. Nos reunimos en mi casa
los seis (Ricardo, Antonio, Blas, Joaquín, José Luis y yo), y disfrutamos de su
buen hacer culinario y, una vez más, de sus historias y experiencias.
Por eso ahora entiendo que no me
contestara cuando, hace poco más de un mes, le envié dos correos pidiendo su
participación en el proyecto sobre el 50 aniversario de la muerte de León
Felipe organizado por la editorial Olélibros con el Ateneo de Madrid.
Su muerte es una pérdida para la
poesía valenciana, especialmente en el sentido de promoción y ayuda a los
nuevos valores. Era un maestro que disfrutaba compartiendo con los demás sus
conocimientos, que exponía con gran profusión de detalles, como si dibujara en
el aire, al mismo tiempo que describía escenas y acontecimientos con una
memoria prodigiosa.
Descansa en paz, querido amigo.
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