jueves, 10 de enero de 2019

FERNANDO DELGADO EN POETAS EN EL ATENEO, EL VIERNES 25-01-19




            REGALO DE VERDI
                              
De Viena fui a Salzburgo en un tren.
Y fui con Verdi.
Y él se empeñó en mostrarme, 
de una ciudad a otra,
una música hecha sólo con la mirada,
en ver cómo una nube tan negra y tan oscura,
que contemplábamos ahora tras el cristal del tren,
caía con más fuerza
sobre un agitado pentagrama
que un trueno estrepitoso.
Me invitaba el artista
a mirar esas hojas difuntas del otoño
arribar a la tierra y, en su leve
reposo del final,
dar una nota suave para acabar un canto
que no tiene sonido.
Trompetas son los pájaros
que no trinan y van
de un lado para otro en el paisaje,
me decía aquel genio.
Como instrumentos de aire
que buscan en la vida las notas de la muerte,
sin que se escuche nada.

Y fue al fin el chirrido
del tren el que rompió
el silencio en que hicimos
el viaje hasta Salzburgo
para encontrar allí
el réquiem silencioso
que Verdi me hizo ver.
Callaba la ciudad y por sus piedras
se deslizaba el agua de la lluvia
como una melodía que intentara
sustituir las cuerdas de un violín
que no se oía.
Y al fin, los árboles,
moviéndose con viento silencioso, 
un aire que se ve pero no ruge,
pidieron el descanso para quienes
cerramos nuestros ojos
y empezamos a oír,
de pronto, en otro mundo,
el grito de perdón
de una voz escapada
del silencio de vivos
para que nuestro último reposo
fuera música
y la luz esta vez viniera de una trompa
o de un fagot que nos trajera, ronco,
en partitura exacta,
nuestro descanso eterno.

Le agradecí al compositor
que de mí se ocupara
para hacerme feliz,
ahora que, muerto ya,
sé que descanso en paz
porque su música
no me deja dormir.
Jamás pensé que un réquiem
me trajera a la muerte
el dulzor de la vida
y que fuera una fiesta oír un Kyrie
resonando en las bóvedas
del panteón que habito,
tan desvelado para siempre,
libre ya de pedir perdón por nada.

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