LA DANZA
A
aquellos que tuvieron que emigrar.
Y
a los que se quedaron en la casa vacía,
con
el hueco de su ausencia entre las manos,
viéndolos
partir.
A
todos ellos.
Con
la voz y la esperanza del padre.
Y queda el hueco de la danza sobre las últimas cenizas...
F. García Lorca
Hoy quisiera acordarme del ritmo de la
danza,
aquel antiguo baile que urdimos siendo
niños;
qué fácil era entonces ponernos en pie todos
si su concierto alzaba la música en la
plaza,
y, enlazando las manos, cerrando bien la
rueda,
qué fácil, qué sencillo templar, abrir la
danza,
pulsar los corazones, cantar todos unidos
junto al fuego, en la noche, mientras
sombras y luces,
al vuelo de los pies, se alternaban,
girando,
se elevaban girando...mas no recuerdo el
ritmo,
el compás he perdido, la voz de aquellos
años,
y entristezco de pronto recorriendo la casa,
hoy vacía de hijos, de hermanos que se
fueron;
por la ventana miro el árbol familiar,
erguido como entonces, apenas más crecido,
pero herido en las ramas que al marcharse
talaron
para plantarlas lejos: tal vez den sombra
ahora;
tal vez se hayan secado, tal vez, como la
danza.
Tal vez como aquel baile que ahora no
recuerdo,
como pájaros, vuelvan después de tantos
años,
asiduos emigrantes de largos y altos vuelos,
a posarse en las ramas, ilesas nuevamente;
tal vez como la danza, como limpia sorpresa
que ninguno esperara, de repente -¿qué es
esto?-
descendieran las aves, arduamente llegaran,
pusieran su blancura, poblando antiguos
nidos,
en vilo, por el aire, sobre el mar que ahora
escucho.
Sobre el mar... ¿Es el mar lo que escucho?
¿Es el mar
o la sangre? ¡Ah, decid, decidme qué
rumores,
qué labios cancioneros, qué río o vena
escucho!
¡Ah, Dios, si fuera el llanto, la danza,
tanto olvido
quien se alzara, común, sonando en nuestras
playas.
El mar de orilla a orilla, el mar entre
nosotros
-la sangre, el llanto-, agita su espuma más
indemne,
la milagrosamente nacida y preservada
como mudo testigo, señal de redención.
¿No basta acaso eso?: Lo poco que nos queda,
lo mucho que nos une, que aún emerge y nos
habla
como un blanco naufragio entre orilla y
orilla,
como un canto remoto que a través de la
sangre,
de siglos lejanísimos -¡prodigio!- nos
llegara.
El tiempo, como un bosque de rostros o de
brumas,
rodea nuestro paso. Tal vez no sea un
bosque:
puede ser estas olas, o el viento, o esta
lluvia
-tanto rumor creciente-, mientras voy de
regreso.
Porque voy de regreso, ahora voy de regreso
y contemplo las aguas como la vez primera,
con el mismo pavor, secreta certidumbre
de quien levanta un velo y teme el desengaño
y por eso no mira, mas cuando se atreve
descubre que aún alienta, más virgen si es
posible,
más intacto y cercano, a posesión invitando,
a reconquista y goce –no sé si perdurable,
no sé, pero presente- lo que el velo
ocultaba.
La canción que persigo, ¿no se mece en las
olas?
El viento, ¿no la canta, decidme, como
entonces?
Mi memoria de quillas, velámenes y entenas
se escinde como el velo: Qué luz, qué brisa
hermosa,
qué luminosa herida. Viajero de un encuentro
que presiento cercano, que se anuncia a lo
lejos
como una amanecida, estoy aquí, de pie,
tras los cristales. Junto su frío con mi
frente
y sé que no estoy solo. De nuevo canta el
mar.
De nuevo canta el mar; su música más alta,
su voz, maneja el viento –oliendo estoy su
aroma
de flores tropicales-, y un dúo agreste
suena
alzándose en la plaza, un coro vacilante
de pasos conocidos, y ya no sé si escucho,
si tal vez imagino que el fuego se renueva,
que el tronco engendra ramas, pero sé que no
importa
porque escucho la sangre y mis manos
recobran
el calor de la danza, como en tiempos
lejanos.
Como en tiempos lejanos, el aire ha
descendido,
me ha abierto la mirada, y veo grandes ríos
y selvas poderosas, las aves en su vuelo
uniendo cordilleras, y el Gran Tambor del
indio,
el blanco, el negro, el criollo, que suena a
libertad.
Son velas desplegadas las nubes voladoras,
nuncios de la dicha, ángeles llegando,
mensajeros...
De tan puro milagro al viejo corazón
le brota como un grito el Canto Inolvidable.
Y quiero abrir la puerta, vivir ya sin
postigos,
que irrumpa el viento en casa, la luz
inextinguible,
tan amanecida aurora, que, ya no prisionero
de mi ardida memoria, bordar quiero los
pasos
y, así, salgo a la plaza...¡Qué bien, qué
bien aprendo,
qué alegres pies los míos! Junto al mar,
bajo el viento,
¡ved, hijos, cómo bailo; ved qué joven me
siento!
¡Ved qué amor, qué ternura, qué lazos
perdurables,
cuánta unión, cuánta gloria! Y todo está en
la danza…
1 comentario:
Gracias, Vicente. Ésta es la primera vez que este poema de juventud aparece en Internet. Un abrazo.
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