TRÍPTICO DE TU AUSENCIA
1. LA VOZ A TI DEBIDA
A mi padre, fallecido en
la primavera de 1981.
Dame
tu mano, padre. Todavía
se
estremece mi voz cuando te nombro.
Ven:
desescómbrame de tanto escombro
que
aún sepulta la voz que te debía.
Desde
tu muerte oscura no escribía,
ya
huérfano de ti, sin el asombro
del
niño aquel que fui. Pesa en mi hombro
el
peso de tu ausencia. Y de la mía.
Dame
tu mano, padre, y, mano a mano,
déjame
que te diga que te debo
veinticinco
veranos de mi vida
después
de aquel –sin ti- primer verano.
Ahora
escribo por ti, padre, de nuevo:
para
darte la voz a ti debida.
2. EL BOSQUE DE 1949
A mi padre, que me llevó
a su pueblo, por primera vez,
cuando yo tenía cinco
años, y él cuarenta y ocho.
Hoy
he vuelto a aquel bosque donde estuve
contigo,
padre, siendo un niño serio
(un
niño de posguerra y cementerio),
para
ver si, al volver por donde anduve
cogido
de tu mano, la luz sube
como
entonces subía, en cautiverio
por
el alto ramaje del misterio
hacia
el libre milagro de la nube.
Hoy
he vuelto a aquel bosque ya lejano
(cuando
el miedo me asía de tu mano
y ya
no había muertes ni aislamiento)
…y no
he encontrado el bosque. Sólo había
el
calor de tu mano aún en la mía
y un
estéril paisaje de cemento.
3. LA LUZ OSCURA
A mi padre, que se quedó
ciego a los 63 años.
Tras
la oculta alegría de la nieve
de
sus ojos sin luz, la madrugada
era
sólo un revuelo en la enramada
de un
árbol en la calle, o sólo un leve
movimiento
lejano, o alguna breve
conversación
ajena y apagada,
mientras
iba su mano en la almohada
buscando
en cada sueño su relieve.
Después
se levantaba, torpemente,
abría
en la ventana su clausura
y
oraba, viendo el alba interiormente:
¡Ay paloma del aire en los espejos,
guárdanos de la luz que nace oscura!
(Mi
frente en su ventana. Y yo muy lejos.)
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