miércoles, 8 de abril de 2020

TODOS LLORAN EN RUSIA




Escribe Amos Hoz en Hasta la muerte, que “todos los ciudadanos deberían tener derecho a tocar con  la yema de los dedos”, y más adelante insiste en este derecho. Nosotros, ahora, estamos privados de él, del mínimo contacto (un metro o más de distancia, según las fuentes) con familiares y amigos, salvo en casos muy contados. Esta separación es una de las más dolorosas que se nos ha impuesto a causa del COVID-19. 
            Esta circunstancia me afecta pese a mi ánimo y actitud positiva ante la vida, y pienso que de este y otros derechos difícilmente se puede privar al género humano que es por naturaleza sociable, como ya nos aseguró hace siglos Aristóteles. Incluso ante un riesgo, si solo es personal, de muerte. Cuando me encuentro así la poesía acude como catarsis en mi auxilio y me permite componer algo que aunque sea de dudosa calidad, se me ocurre participar con vosotros.

TODOS LLORAN EN RUSIA

Dimitri está llorando, porque perdió a su novia.
Tatiana era una hermosa bolchevique
que adoraba las flores.
También en China lloran,
sobre todo en Italia,
en España también, en USA y en mi calle,
y en las casas en donde la desgracia
ha llenado de sombra las paredes.

Lloran los abedules en el bosque,
los ríos de riberas deshojadas,
las mariposas de Morella
en el linde lejano del sendero
donde ondean los mares de amapolas,
los osos de las nieves de Siberia,
mis poemas henchidos de tristeza,
esta mano que escribe su impotencia,
mi móvil que hoy contempla mi desgana.

Lloran mis libros, lápices,
ordenador y sillas de cocina,
los pocos alimentos que me quedan,
la solitaria sábana y las mantas.

Todas las lágrimas
conmueven la ciudades,
el mundo entero llora
mientras sigue  inclemente
el enano gigante que nos mata.




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