Resurrección
De entre todos los mitos que ha
forjado
el invencible espíritu del hombre,
para sentir orgullo contra el frío
y tolerar su noche en esperanza,
el relato sin duda más sublime,
la fábula mejor jamás urdida,
es el anhelo mágico de la resurrección.
Si una leyenda debe contener
la esencia de la tribu que supo
propagarla
(esa inquietud sin fin,
la
determinación inconquistable
de no rendirse nunca a lo
evidente),
si debe descifrar en poesía
las adivinaciones más oscuras,
los designios más hondos con que
la humanidad
trata de comprender lo
incomprensible,
con la resurrección de entre los
muertos
andamos sobre el filo de la navaja
abierta,
hemos tocado el centro de la
herida.
Nada promete tanto, nadie ha dicho
con una insensatez más arriesgada
tanta pasión de ser a cualquier
precio.
Que se nos restituya a nuestra
carne,
que se nos vivifique desde el
polvo,
y que se nos arranque de las
sombras.
Nuestra arrogancia debe mirar a
las alturas,
consumirse en grandeza
por su descabellado pensamiento.
¿Tal vez es más difícil regresar
que haber sido?
¿Acaso la enigmática caída en este
mundo
es menos portentosa que la
hipótesis
de volver a encontrarnos con
nosotros?
Puestos a suponer, el único
consuelo
consiste en apuntar a lo
imposible,
consiste en apostar
por lo absoluto.
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