Blas Muñoz, a la derecha, con motivo del premio obtenido en el X Certamen Memorial Bruno Alzola |
II
PRÓTESIS
SEGUNDA (Junio 2010)
Vamos a
(des)decir,
como quien calla
mas no otorga,
que
veintitrés mordiscos de metal,
con sus brillantes grapas regulares
a lo largo
de una incisión amordazada,
dibujan
en mi muslo
un tren funicular y trascendente,
nueva escala del sueño de
Jacob
para sublimes ceremonias
de ascetismo creyente y
compartido,
o una escolopendra de sorda
dentadura,
un terrestre miriápodo
tenaz
de sed y disidencia en
cremallera.
Ya
veis:
una de dos.
Mas yo me quedo
con aquellos
que arriman su dolor
a la
raíz de donde manan los dolores.
Allí donde la esquirla,
el andamio inseguro,
la bomba de racimo,
la mina en el sendero,
la mano del que manda
prevalecen.
Y si en
mi cama, por la noche, boca
arriba
(como exige lo previsto
tras
una cirugía de cadera),
musito
viejos mantras de mi infancia
es sólo
porque el ritmo de sus frases
puede
hundirme en la nada en la que el sueño
mitigue
en mí el dolor del mundo:
Pater noster,
qui est in caelis,
sacntificetur nomen tuum;
adveniat regnum tuum;
fiat
voluntas tua...
Y sólo
espero
que en
esa letanía vacua y rítmica,
tan
conveniente a una perfecta
aspiración
y espiración,
no haya
muerto del todo
todavía
la fe
que un día tuve
ni el
rumor de las olas en la playa
de mi
infancia.
(Inane
es la verdad cuando no duele.)
(De "El Limonero de Homero III", 2012)
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