Joaquín Riñón, a la izquierda |
TRÍPTICO DE OTOÑO
Este
sonoro andar que en el otoño dulcemente
desencadena su lluvia de oro, anuncio de
la muerte
gloriosa
del mundo, reclama su resurrección.
VICTORIANO CRÉMER.
I
Otra
vez el carnal otoño,
puramente
levitando
por la
luz del color,
donde
lo espiritual se esquematiza
siempre
como
punto de enlace
de
sensación y vida.
Pronto
endurece su canción
el agua
de la fuente
con
su rumor de gota al fondo,
y el
redoble del granizo
con su
aura gris profunda,
mientras
supremas
formas van metamorfoseándose
en
campos de trazados tules
bajo el
borroso azul
y sin temor
al
mandato quebrado del rayo que no cesa.
Mágico
es este mundo de verdes oliváceos
protector
de la tierra, la fiel luz
del
amor duradero que emana de la ausencia;
y
mágico el color a latón cobrizo
que
nace del silencio de las sombras.
Mas,
luego,
se
adentra el peso de la piedra en el vacío,
y el
rojo cirio de doliente llama
avivando
el sagrado círculo de la noche,
donde
todo retorna,
todo
comienza y nada muere,
pues
su
esencia viva invita a meditar
en el
placer de esta quietud armónica,
en que
todo es conciencia de luz firme en su núcleo.
Y es la
tristeza de su luz
la que
alienta mis tardes de tiniebla
y
santuario;
la que
escucho en mi pecho palpitar
en las
tardes cerradas; la que sigue
mi mano
temblorosa,
cuando
negada
al mundo vuelve a su mismo árbol,
y aquí
renace.
("El Limonero de Homero III", 2012),
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