sábado, 8 de agosto de 2015

JOAQUÍN RIÑÓN REY

Joaquín Riñón, a la izquierda

            TRÍPTICO DE OTOÑO

                   Este sonoro andar que en el otoño dulcemente
                   desencadena su lluvia de oro, anuncio de la muerte
                   gloriosa del mundo, reclama su resurrección.

                                                           VICTORIANO CRÉMER.


                       I

Otra vez el carnal otoño,
puramente
levitando
por la luz del color,
donde lo espiritual se esquematiza
siempre
como punto de enlace
de sensación y vida.

Pronto endurece su canción
el agua de la fuente
con su  rumor de gota al fondo,
y el redoble del granizo
con su aura gris profunda,
                                           mientras
supremas formas van metamorfoseándose
en campos de trazados tules
bajo el borroso azul
                                   y sin temor
al mandato quebrado del rayo que no cesa.

Mágico es este mundo de verdes oliváceos
protector de la tierra, la fiel luz
del amor duradero que emana de la ausencia;
y mágico el color a latón cobrizo
que nace del silencio de las sombras.

Mas, luego,
se adentra el peso de la piedra en el vacío,
y el rojo cirio de doliente llama
avivando el sagrado círculo de la noche,
donde todo retorna,
todo comienza y nada muere,
                                                 pues
su esencia viva invita a meditar
en el placer de esta quietud armónica,
en que todo es conciencia de luz firme en su núcleo.

Y es la tristeza de su luz
la que alienta mis tardes de tiniebla
y santuario;
la que escucho en mi pecho palpitar
en las tardes cerradas; la que sigue
mi mano temblorosa,
                                    cuando
negada al mundo vuelve a su mismo árbol,


y aquí renace.

("El Limonero de Homero III", 2012),

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