POESÍA Y VERDAD
A Carlos Marzal
En la naturaleza no hay nada melancólico,
aseguraba
Coleridge.
He salido a
mirar
entre las nubes mansas
una luz semejante a
la luz triste
que escriben los
poetas.
El resplandor
solemne y repetido
del ocaso cubriendo
el naranjal
es todo lo que
había. Se ocultaba
el sol que tantas
veces han descrito
los poemas que
niegan lo que sostuvo Coleridge,
pero cuya silueta
inofensiva y noble
he podido observar,
y no era un apagado
cristal de
pesadumbre.
Luego he puesto mis
ojos
en algunas
presencias más sencillas,
por si estuviera en
ellas el hálito extinguido
que ensombrece las
cosas esenciales
de la naturaleza,
que les otorga un don
oscuro, una verdad
umbrosa, ya cantada:
ni en la vegetación
humilde, ni en los brazos
inmóviles del
árbol,
ni en las piedras
-que son el tiempo puro-,
ni en la casa
ruinosa donde anidan los pájaros,
he visto en su
dominio
a la melancolía.
Así que he
regresado adonde estaba,
persuadido, sereno,
y a la vez
envuelto
enteramente en la nueva ignorancia
que esta certeza
teje, porque he visto
que nada es
melancólico en la naturaleza
mientras no la
pensamos.
Quien la contempla tiene,
acaso como
Coleridge,
el sólo afán de ser
testigo mudo
de su mudo fragor,
pero al
considerarla,
al detener su luz,
se abre allí, sin
remedio, en la conciencia,
la exhausta flor
mental de la melancolía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario