sábado, 19 de noviembre de 2016

ANTONIO CABRERA EN POETAS EN EL ATENEO


POEMA DE CUMPLEAÑOS

                  (Al cumplir mi hija los dieciocho)


Adelina,
el mundo al que naciste –una mañana
igual que ésta- era un teatro viejo,
flamante. Viejo ahora, aún flamante.

Verlo y pensarlo, ése es el cometido.

Si contemplas el brazo de un arroyo
que va entre la hojarasca, entre la menta
dócil, pondrás en tesis y en temblor
el vidrio fino del caudal, rasgado
por las irisaciones. Si en ti surge
la idea de un claroscuro, habrá de ser
porque roce en ventanas y paredes
la capa de la tarde. La conciencia
vive de los reflejos y los nutre.

Obligada a decir, tus verbos fallan,
tus adjetivos flotan en su inercia.
No se va a lo esencial, aunque se busque.
Se trata, antes que de eso, de un continuo
toparse con el árbol enmarcado
en la luz, lleno de verdor o frío.

Encuentros, y a la vez sigilo y dudas.
El árbol y las cosas más cercanas
no es que se nieguen o se escondan puros,
porque en el escenario están, los ves,
respiras y tu aliento los alcanza.
¿Sientes que si los miras se protegen?
Es su vacilación lo que percibes,
el instante desnudo y el instante
velado, el maniobrar, la suma brusca
de su presencia y de tus ojos quietos.

No dejes de atender aunque la falta
de perfiles tajantes te persiga.
Cada calle rebosa duración
y pasos. Cada día, cuando muere,
trae morados y rojos exclusivos.
Saca provecho de esa compañía.
Desde el placer, serena, no la olvides.
En el dolor, permítele a la luz
que viste al árbol y al objeto hacerte
su promesa lentísima de dicha.

Refugia al mundo, dilo en tu papel.

Te trajo agosto un día como éste,
de claridad punzante, en su cenit,
en su flor, en su cúspide. Adelina,
la sombra es mucha. Mira a su través.

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