lunes, 28 de mayo de 2018

ALFONSO LÓPEZ GRADOLÍ, EN VALENCIA





HOFBRÄUHAUS, NOVIEMBRE DE MIL NOVECIENTOS VEINTIUNO
Entre el griterío y las risotadas
de los bebedores
de cerveza, el grito
de un hombre de corta estatura, edad
alrededor de treinta años, ojos azul oscuro,
dirigido a unos jóvenes con camisas grises
que entrelazan sus brazos para protegerle.
Es un trallazo la voz del convocante
"¡stillstehen!" abre la reunión de la cervecería
de Munich, a las ocho de la tarde. Rumor rugiente
que crece poderoso. Ordena posición de firmes
a los muchachos del servicio de seguridad,
es respondido con cuarenta y tantos taconazos
entre el humo y los cuerpos sudorosos
de los obreros de la Mallei, de Kustermann
insistentes al pedir más cerveza, sin devolver las jarras
vacías y alineadas en las mesas largas. A media voz,
insultos provocadores y comentarios ásperos,
sobre el que alquiló el local durante esta noche
para hablarles de un movimiento político.
La policía en las puertas ordenaba
que no entrara uno más. Algarabía
ensordecedora al final de dos horas
y media de discurso con excepcional crecida
en  el consumo de cerveza, algunas jarras
rotas según el propietario del establecimiento.
El humo molesta los ojos del treintañero
que comenzó su arenga con su acostumbrada
frase: "hombres del pueblo alemán". Algunos,
a una señal convenida   (la palabra libertad),
arrojan los envases de la bebida con espuma.
Los alborotadores son expulsados y termina
el discurso:  el permiso para hablar no admite
prórroga y se solicitó con plazo de dos horas.
El conferenciante parpadea mucho, pero no se ha alterado.

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