De derecha a izquierda: Tomás, José Enrique, VIRGILIO y Vicente |
Campillo de Altobuey
Escúchame, silencio.
Rememoro las laxas correrías
donde se prodigaban los saludos,
y ver cómo la luna cortejaba,
alumbrando tejados abocados,
a la caricia muda de las sombras.
Las puertas son salones de refresco,
el viento lleva charlas y sonrisas.
Los jóvenes se roban besos cortos,
todos los niños juegan entre luces
y la torre vigila su conjunto,
mientras descansan sueños que trabajan.
En la mañana fresca y silenciosa,
las escobas arreglan los salones
de unas calles que escancian vida nueva.
En las tardes tranquilas campillanas,
el sol se va durmiendo lentamente,
mientras la gente empieza a descansar
de un día necesario que se extingue.
Aquí..., lejos, se quiere más, se añoran
los amigos, paisajes y rincones.
Este pueblo es mi vida y mi recuerdo.
Espuma de nostalgia para siempre.
(De Hablando al silencio, Olélibros, 2018)
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