domingo, 17 de junio de 2018

ESCÁNDALO EN LAS LETRAS




AMÉN (Tomado de Crear en Salamanca)

Pocas veces nos es dado leer un poema o un libro de versos galardonado en un concurso y saber que la decisión del jurado fue justa, sin intervención de cuestiones ajenas al valor de la obra. Analizando con paciencia la trayectoria de las colecciones en que se publican muchos de los s casos libros premiados, anotando el nombre de los autores distinguidos año tras año y, a la vez, indagando en las personas que forman parte de los jurados podremos ver, en muchas ocasiones, raras conexiones, portentosas mafias manipuladoras, con algún tipo de relación entre autor y miembros de esos jurados.
          El colmo es cuando el libro premiado contiene poemas dedicados a una o más personas que decidieron la adjudicación del premio. Lo mismo sucede en los galardones premios de todos los géneros literarios, el Planeta sin ir más cerca, alguno de los cuales barajan cantidades millonarias de euros, dólares o la moneda nacional (porque también sucede más allá de los Pirineos y de Finisterre) como prebenda, aunque en ocasiones sólo se consigue como agasajo la publicación del libro y, a lo más, una cena en la ciudad en que radique la diputación, ayuntamiento, institución, mecenas o consorcio literario convocantes.
          Sorprende que la libertad, la pasión por la poesía, la ilusión de los poetas, de menos de 35 años o mayores de 66, sigan quedando cercenadas por amiguismos, componendas o recomendaciones miles y viles, igual en el norte de África que en el este de la Península Ibérica (Cataluña, Valencia y Murcia), dos Castillas y La Mancha, Cantabria, la Rioja, Euskalherría, Andalucía, Canarias Navarra, Asturias, Baleares, Galicia Extremadura, o el Reino de León. Madrid ya es un emporio de mafiosidad con mayúsculas gobernado por personajillos indecentes que deberían radicar en Soto del Real, que antes del Arzobispo Casimiro Morcillo se denominaba Chozas de la Sierra, o sea en la cárcel. Asociaciones de Escritores, Ministerios diversos, academias, diputaciones, poetas consagrados, editores paniguados, concejalías municipales y policía gubernativa hacen oídos sordos a estas cuestiones.
         A fin de cuentas es un mal menor que sólo afecta, por ejemplo, a los miles autores que envían sus libros a esos premios y nadie los lee, los cuales al final, acuden a un bonachón editor de su barrio y ven publicada su obra, magna o no, a cambio de alguna aportación económica.
         Creer que a los artífices de esas felonías se les va a caer la cara de vergüenza es inútil, pero la poesía va a seguir existiendo aunque se lea en ordenadores robados, en teléfonos móviles o en tablets fabricadas en China.
          Luchar contra ello es imposible desde siempre. El poeta que ha escrito su librito, según él merecedor de todos los galardones, lo guardará en un cajón y se pondrá a escribir otro ya sin ninguna esperanza de que el amplio espacio cultural al que se suponía destinado a triunfar se clarifique, se racionalice, se abra a la ilusión y a la aportación racional a la cultura de todos. Sabe que, al contrario, seguirá enturbiándose y los negocios que producen estos intentos se mantendrán por los siglos de los siglos.
          Amén.

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