AMÉN (Tomado
de Crear en Salamanca)
Pocas
veces nos es dado leer un poema o un libro de versos galardonado en un concurso
y saber que la decisión del jurado fue justa, sin intervención de cuestiones
ajenas al valor de la obra. Analizando con paciencia la trayectoria de las
colecciones en que se publican muchos de los s casos libros premiados, anotando
el nombre de los autores distinguidos año tras año y, a la vez, indagando en
las personas que forman parte de los jurados podremos ver, en muchas ocasiones,
raras conexiones, portentosas mafias manipuladoras, con algún tipo de relación
entre autor y miembros de esos jurados.
El colmo
es cuando el libro premiado contiene poemas dedicados a una o más personas que
decidieron la adjudicación del premio. Lo mismo sucede en los galardones
premios de todos los géneros literarios, el Planeta sin ir más cerca, alguno de
los cuales barajan cantidades millonarias de euros, dólares o la moneda
nacional (porque también sucede más allá de los Pirineos y de Finisterre) como
prebenda, aunque en ocasiones sólo se consigue como agasajo la publicación del
libro y, a lo más, una cena en la ciudad en que radique la diputación,
ayuntamiento, institución, mecenas o consorcio literario convocantes.
Sorprende
que la libertad, la pasión por la poesía, la ilusión de los poetas, de menos de
35 años o mayores de 66, sigan quedando cercenadas por amiguismos, componendas
o recomendaciones miles y viles, igual en el norte de África que en el este de
la Península Ibérica (Cataluña, Valencia y Murcia), dos Castillas y La Mancha,
Cantabria, la Rioja, Euskalherría, Andalucía, Canarias Navarra, Asturias,
Baleares, Galicia Extremadura, o el Reino de León. Madrid ya es un emporio de
mafiosidad con mayúsculas gobernado por personajillos indecentes que deberían
radicar en Soto del Real, que antes del Arzobispo Casimiro Morcillo se
denominaba Chozas de la Sierra, o sea en la cárcel. Asociaciones de Escritores,
Ministerios diversos, academias, diputaciones, poetas consagrados, editores paniguados,
concejalías municipales y policía gubernativa hacen oídos sordos a estas
cuestiones.
A fin de
cuentas es un mal menor que sólo afecta, por ejemplo, a los miles autores que
envían sus libros a esos premios y nadie los lee, los cuales al final, acuden a
un bonachón editor de su barrio y ven publicada su obra, magna o no, a cambio
de alguna aportación económica.
Creer
que a los artífices de esas felonías se les va a caer la cara de vergüenza es
inútil, pero la poesía va a seguir existiendo aunque se lea en ordenadores
robados, en teléfonos móviles o en tablets fabricadas en China.
Luchar
contra ello es imposible desde siempre. El poeta que ha escrito su librito,
según él merecedor de todos los galardones, lo guardará en un cajón y se pondrá
a escribir otro ya sin ninguna esperanza de que el amplio espacio cultural al
que se suponía destinado a triunfar se clarifique, se racionalice, se abra a la
ilusión y a la aportación racional a la cultura de todos. Sabe que, al
contrario, seguirá enturbiándose y los negocios que producen estos intentos se
mantendrán por los siglos de los siglos.
Amén.
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