DOLOR
El
dolor, cuando llega,
se
hospeda en nosotros,
nos
abraza y jubila la infancia.
Deja
tras de sí
el
horadado surco de la mueca.
Se
tatúa en la piel
y se
recuerda en el ánimo.
El
dolor, cuando se ha sentido,
no
se va, nos acompaña,
jadea
tras la risa,
se
esconde en las pupilas
y
las torna mate.
El
dolor habita entre nosotros.
Quien
lo ha sentido, lo sabe,
lo
reconoce ante el espejo,
detecta
su aliento sobre el rostro;
agrieta
los labios,
marchita
el jazmín de la sonrisa.
El
más minúsculo dolor
es
una profecía de la muerte,
un
anticipo del abismo.
La
opaca máscara del sufrimiento.
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