ORDEN
Pero no soy de los que
recrudecen su rencor,
sino que guardo un
corazón silencioso.
Salo de Mitilene
Alguna vez tuve aquel orden que
tiene la vida en la boca de unos padres, con la lógica atada a los tobillos, y
esa presunción de inocencia que persigue a quien no acaba de ser nunca libre
cuando cierra un libro y no recuerda de qué color eran las letras que
pronunciaba. Porque el instinto cumple su parte de sombra, rompe la escalera
que asciende del provecho a la familia, de la mañana a la nómina o al séptimo
día sin descanso. Entonces la luz no era una factura y el agua gestaba la
tierra de las hortensias sin números en norias, que de tan pequeñas, no cabían
en tu propia casa. Entonces aún había algún secreto escondido entre las cartas.
Sólo tenía dos canales para enamorarme y a pesar de todo ello, aún no sé si
Marco encontró a su madre, o qué anuncio me hizo danzar feliz al son de unos
tambores de plástico, o si los veranos tienen un final tan triste mirando al
mar y que un niño solloce en la orilla herido por las cenizas que las olas
devuelven incorruptas. Pero rompí la tierra así: hice un mapa con las vidas que
sólo tuve en el trastero de los ojos. Inútil― dicen― este salirse del camino
con irreverente juventud, ahora que tienes el sujeto fragmentado, la indignación
como sombrero, el pensamiento débil que tus abuelos barrocos desdibujaron en
claroscuros.
Te queda el arte abstracto que rehaces cada
mañana. Déjate de más preámbulos para seguir adornando el pasado, que ya no te
sobra la muerte cuando cuentas de dos en dos las horas que pasarán, sin que las
veas hiladas en los responsos que en la boca de tus padres aún siguen, siguen
resonando, aunque ya no sean ciertos: este es el tiempo de las vírgenes
desolladas, de las ternuras diáfanas de las letras, de las canciones que suenan
a media asta, mientras Caronte no deja de preguntarse si mereció la pena cobrar
sin IVA tanto viaje de niños que cruzan el olvido, sin saber que la infancia
tiene un límite también para el feliz engaño que preserva su inocencia. Porque
aprendes a sobrevivir entre alfileres― te dices―, porque aprendes a no sangrar
siempre con el desvelo, a seguir creyendo en aquel orden que te suena como una
canción de los ochenta.
Recuerdo que miré estas mismas
palabras,
que las hice raíz
entre mis grietas,
pero nunca fueron mías.
pero nunca fueron mías.
(Desorden, 2015)
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